Homilía del señor Arzobispo de Tegucigalpa para VI domingo del tiempo Ordinario

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En las bienaventuranzas contemplamos a Jesús mismo, Él es el Pobre por excelencia, el que vive para hacer la voluntad del Padre y confía plenamente en Él. Jesús personifica de manera insigne a los llamados “pobres de Yahveh”, en hebreo los “anawin”. Ellos fueron por tiempo un grupo pequeño de personas desprovistas en lo humano, pero abandonadas del todo en Dios. Un ejemplo de fe viva, que sigue inspirándonos a todos. Posiblemente Jesús pensó en ellos al proclamar las bienaventuranzas, para decir que los que son pobres, pasan hambre, lloran, perseguidos a causa del Hijo del Hombre…, los considera dichosos.

Es llamativo que San Lucas, a diferencia de San Mateo, añade a continuación unas malaventuranzas, es decir unas lamentaciones de advertencia hacia los que tienen mucho, se sienten saciados, y son alabados por los hombres. Para que el contraste llame más la atención. El resumen de lo dicho nos los ha dado el profeta Jeremías: “bendito quien confía en el Señor”. “Será como un árbol sembrado junto al río, aún en el verano seguirá dando frutos”.

A partir de estas imágenes, retomamos el texto de San Lucas, para interpretar, según Jesús, la clave de la auténtica felicidad: la confianza en Dios. Entendida aquí la felicidad o “bienaventuranza”, como una expresión que nos remite conjuntamente a lo más significativo de la humanidad y de la divinidad. O, dicho de otra manera, los que sufren injustamente y carecen de lo necesario, aquellos que ya no tienen nada, más que a Dios, son felicitados por Jesús, no por lo que han perdido, sino por lo que han encontrado.

Cuanto menos se tiene propio más espacio queda para la presencia de lo trascendente. Quien no goza de cosas superfluas pone mayor atención en las cosas fundamentales. Aun así, qué duda cabe que las bienaventuranzas serán siempre un mensaje contra corriente. Y ciertamente, el Evangelio es una palabra alternativa, muy distinto a la ambición de este mundo y nos aparta de él.

Nuestra razón se resiste a mensajes bíblicos como éste, pero al mismo tiempo, nos atrae profundamente. Porque siendo contrario a nuestra comprensión, sabemos que la supera. Hay en nosotros una voz que nos dice: ¿locura las bienaventuranzas? ¿acaso no es locura la vorágine de ambición, poder y hedonismo que se nos presenta? Las posesiones materiales, la fama o la fuerza… son pasajeras y cambiantes.

Yo, que tengo un alma eterna ¿puedo depositar en ello mi esperanza? Jesús, de alguna manera adelanta las Bienaventuranzas el contenido y el fin de su Evangelio, que conduce a la auténtica felicidad de las personas, liberadas de los apegos de este mundo, para abrazarse más plenamente a Dios. Por último, hay que recordar que Jesús inicia sus palabras “dirigiendo su mirada a los discípulos”. Jesús es aquel que nos mira de frente y nos dice la verdad. Su Evangelio no son palabras adormecedoras, sino mensaje desafiante que exige respuesta. Ante Jesús y sus palabras no es posible la indiferencia por una sencilla razón: su Evangelio es vida; una vida llena de sentido; una vida dichosa para siempre en Dios.

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