Homilía del señor Arzobispo de Tegucigalpa para la Misa Crismal

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Queridos hermanos sacerdotes y diáconos. Queridos hermanos y hermanas todos. En la misa Crismal, de bendición de los aceites sacramentales, y renovación de las promesas sacerdotales, podemos hacernos una pregunta. ¿Quién es un sacerdote? Siempre un sacerdote es un hombre bautizado. Por ahí deben iniciar las respuestas. Un hombre maduro, por eso se exige edad mínima de 25 años. Y bautizado. Es una obviedad, pero es fundamental. Se elige a los candidatos entre el pueblo de Dios, entre los bautizados.

Partiendo de ahí, permítanme una respuesta: Un sacerdote es un bautizado que se lanza a la piscina de la vida, y se sumerge cada vez de manera más profunda en las aguas bautismales. El agua del bautismo, como saben, purifica y da vida. Ahoga la condición mundana de pecado, y hace renacer a una vida totalmente nueva. Por eso el sacerdote está en el mundo, sin ser del mundo. Ser sacerdote exige no solo conferir el bautismo, sino sumergirse profundamente en él. Y sumergidos en la fuente de la fe, el sacerdote desciende por los ríos de la vida. Ríos con corrientes fuertes, en las que navegan con valentía. Sacerdotes que no se identifican con el mundo del consumo y la complacencia, sino con el del esfuerzo y la esperanza. Isaías, dice, “el Espíritu Santo está sobre mí,… me ha enviado a proclamar un año de gracia del Señor”.

Sacerdotes del Señor, ministros del Señor, estirpe bendecida por el Señor. Mientras el Antiguo Testamento consumo y la complacencia, sino con el del esfuerzo y la esperanza. Isaías, dice, “el Espíritu Santo está sobre mí,… me ha enviado a proclamar un año de gracia del Señor”. Sacerdotes del Señor, ministros del Señor, estirpe bendecida por el Señor. Mientras el Antiguo Testamento habla de “estirpe elegida”, el Nuevo Testamento, habla de un sacerdocio inspirado en Jesucristo, según el rito de Melquisedec, o sea, sin genealogía. Es decir, de un sacerdocio por descendencia, a un sacerdocio por vocación. Un sacerdocio por convocatoria.

Dios nos llama desde su libertad perfecta, y nosotros respondemos desde la nuestra. La llamada no se da desde fuera, sino desde dentro. Dios nos ha hablado al corazón, y ahí ha hecho resonar su Palabra, ese “ven y verás” al que no se puede dar una media respuesta, sino una respuesta del todo y para siempre. Por ello, repetimos, el sacerdocio minis terial significa sumergirse más profundamente, si cabe, en la Gracia del bautismo. En esta lógica, nuestro celibato, que indica una consagración plena a Dios, no significa que nuestra vida no sea fructífera, lo es y de manera admirable.

Sumergidos en Dios, abandonamos la lógica mundana del egoísmo, para vivir la lógica bautismal de ser totalmente de Dios y totalmente para nuestros hermanos. El texto de Lucas es justamente la lectura que Jesús hace del pasaje de Isaías. Ambos textos como saben son los propuestos en la liturgia del Jubileo de la Esperanza. Si el año jubilar se vive en comunión eclesial, los sacerdotes y diáconos, viviendo la fraternidad y comunión sacerdotal, se convierten en signo de esperanza compartida para nuestras comunidades… Esperanza que no se escribe con frases sueltas, sino en un discurso completo. La Esperanza hay que formularla, pero sobre todo hay que encarnarla.

Por eso, los fieles esperan de nosotros, ministros, testigos de la Esperanza. Gracias de corazón a cada uno de ustedes, hombres de fe, que no dudan en volver a sumergirse cada vez más profundo en las aguas del Bautismo, por el que la Gracia de Dios Padre, el Amor del Hijo y la Comunión del Espíritu Santo, habitan en ustedes y a través de ustedes se transforma en Esperanza para la Iglesia.

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