Homilía del señor Arzobispo de Tegucigalpa para la fiesta del Bautismo del Señor

“Si bautizados, herederos” (Lc 3, 15-16. 21-22)

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Bautizados en Espíritu Santo y fuego hemos sido regenerados de nuestros pecados, “por la gracia de Dios que nos hace herederos, conforme a la esperanza que tenemos de heredar la vida eterna”. La misma salvación recibida es la que “nos enseña a renunciar a una vida sin religión y a los deseos del mundo”, escribe Pablo. ¿Para qué?, para que “vivamos en el tiempo presente con moderación, justicia y religiosidad”.

Se entremezcla en la carta a Tito el fundamento, que es Cristo redentor, y la esperanza que ansiamos, que es la vida eterna. La primera lectura es el inicio del llamado “libro de la consolación” de Isaías. El profeta del exilio le habla al corazón a un pueblo despojado de todo. A Israel, lejos de su tierra, esclavo de los enemigos, se le anuncia el perdón de su culpa, invitándolo a preparar el camino del retorno a la casa de Dios. El Señor, como un “pastor, reúne a su rebaño y lleva en brazos a los corderos pequeños”.

Imagen preciosa que indica la delicadeza divina, que no se olvida de nosotros, sino que nos trata con bondad y nos sostiene en nuestras flaquezas. En el Evangelio se explica la diferencia entre el de Juan, bautismo de conversión, y el de Jesús, bautismo en Espíritu Santo y fuego. En el relato de Lucas, el bautismo de Jesús se narra de forma muy discreta, pero no deja de citarse, porque es parte de la formación catequética de los nuevos cristianos. Jesús, el Santo por excelencia, se pone en la fila de los pecadores, dejándose confundir con ellos. Hasta el día de hoy, Jesús, sigue pareciendo invisible para muchos que lo esperan entres los poderosos, mientras Él sigue escondido entre los pobres y pequeños.

Con la fiesta del Bautismo de Jesús, se da por finalizado el ciclo navideño, en el que de manera progresiva hemos sido testigos de la manifestación de Dios a todas las gentes. El Bautismo cristiano, por el que entramos en la Iglesia, somos hechos hijos en el Hijo, y con él herederos de la gloria eterna. El cristiano no es el que reclama derechos o privilegios, sino el que se identifica con “el Hijo amado”, Jesucristo. Siendo que el bautismo nos hace partícipes de los bienes mayores, todo lo demás es realización y desarrollo de este sacramento, y nada valioso alcanzamos sin él. Recordemos el rito del bautismo.

El sacerdote o el diácono pregunta al papá y la mamá, ¿qué piden a la Iglesia? Respondiendo ellos: el bautismo. Porque la fe es un don que Jesús dejó a su Iglesia para que, por el anuncio de la Buena Nueva y el bautismo, alcanzara la redención a todas las gentes. Como decimos, el bautismo antecede a los demás sacramentos, por lo cual éste se convierte en raíz común de todos los fieles. La Iglesia sinodal expresa que el pueblo de Dios es protagonista de la misión. Nuestra dignidad infinita tiene aquí su fundamento, de manera que todos los bautizados somos iguales en gracia y dignidad, todos igualmente llamados al compromiso por el Reino y a la herencia eterna.

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