Homilía del señor Arzobispo de Tegucigalpa para el III domingo del Tiempo Ordinario

“La fuerza de la Palabra la caricia de la Voz” (Lc 1, 4)

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La Palabra de Dios es fuente de esperanza. Con este lema celebramos en al año jubilar este Domingo de la Palabra de Dios. La Iglesia escucha y custodia la Palabra del Señor y con ello ofrece al mundo un testimonio de esperanza. En un mundo saturado por tantos mensajes pasajeros, la Palabra divina permanece siempre viva, más aún, se hace motivo concreto y tangible de Esperanza para todos. San Lucas nos explica hoy cómo decide “componer un relato de los acontecimientos que se han cumplido entre nosotros”.

El Evangelio es un acontecimiento y su escritura brota no de un redactor aislado, sino de una comunidad que comparte y anuncia su fe. Todo en fidelidad a lo que “nos transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la Palabra”. La referencia al “principio” nos remite al origen y fundamento de la Buena Noticia, a Jesucristo, quién no escribe un texto -que sepamos-, sino que llama a vivir con él a unos discípulos a los que instruye con su palabra y su vida. Ellos se convierten en testigos y ministros, porque quién escucha la Palabra está llamado a ser su servidor.

La Palabra de Dios no se puede separar de Jesús. En su misma promesa Cristo queda incluido. Jesús es el hoy que cumple la promesa y sostiene la esperanza. Por su Palabra hacemos memoria del pasado, sostenemos el presente y caminamos hacia el futuro. Una Palabra divina que utiliza nuestras palabras para hacerse accesible. En este sentido, recordemos que las palabras humanas son importantes, porque nos expresan y nos piensan. A través de nuestras palabras compartimos mucho de lo que somos y queremos ser para los demás. Con nuestras palabras una parte de nosotros que entra en los demás. Y con sus palabras, los demás entran a formar parte de nosotros.

Las palabras son intercambio de interioridad, por ellas se tejen diálogos de unión o se arrojan gritos de separación. Sin palabras de aceptación no hay amistad, sin Palabra de vida no hay fraternidad. Comprendemos así porqué la Misa inicia con lo que llamamos la “liturgia de la Palabra”, la cual, junto a la liturgia de la eucaristía, celebra y fortalece la comunión en la Iglesia. Pues bien, mientras las palabras humanas, son imperfectas y variables, la Palabra de Dios es siempre veraz y permanente. Con su Palabra, Dios nos habla, pero también, usando su Palabra es como mejor nosotros le hablamos a Él. El Espíritu está en Jesús para que él anuncie una noticia de consuelo y esperanza.

Hemos de pedir ese mismo Espíritu para poder escuchar con atención, y que su Palabra entre dentro de nosotros. El consuelo no llega por la razón de la inteligencia, sino por la caricia de la voz. Por ello, Jesús no solo nos habla al corazón, sino desde el corazón. Así sea también nuestra predicación. La esperanza, no aparece como consecuencia de una estrategia, sino por la fe en quién se espera: Lámpara es tu palabra para mis pasos Señor, luz en mi sendero. La Palabra es fuente de esperanza.

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