Homilía del señor Arzobispo de Tegucigalpa para el II domingo del Tiempo Ordinario

“La vida necesita alegría” (Jn 2, 1-11)

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La presencia oportuna de María transforma una situación de bochorno y fracaso en ocasión para manifestar su gloria Jesús y motivar la fe de los discípulos. Importa mucho el detalle de que María “estaba en la boda”, “Jesús y sus discípulos son invitados”, llegan después. Esta distinción enmarca muy bien la escena de la boda, expresión de alianza y unidad.

María es parte del antiguo testamento, que ya se termina, como el vino viejo, mientras Jesús con sus discípulos inauguran la nueva alianza, expresada en el vino nuevo. Ante la petición de la Madre, la respuesta de Jesús es algo desconcertante: “¿qué quieres de mí mujer? Aún no ha llegado mi hora”. Ciertamente las conversaciones entre María y Jesús son de pocas palabras, y éstas poco comprensibles para nosotros.

No debió ser tan dura la respuesta, ya que María, sin inmutarse, dice: “hagan lo que él les diga”. María remite a Jesús, porque confía en su respuesta de amor. No sabríamos si María en aquel momento pensaba en los novios, o si ya quería propiciar su primera señal, donde Él se diera a conocer y suscitara la fe en sus discípulos, es decir en nosotros. Había allí seis tinajas para las abluciones, ritos de purificación de los judíos.

El número seis recuerda los seis días de la creación, la cual está a nuestra disposición, para llenar con ella las necesidades básicas. En las tinajas nosotros ponemos agua, es lo que está al alcance de nuestro esfuerzo y capacidad. Y lo que podemos, debemos hacerlo. Pero falta algo, falta el séptimo día, el del descanso y la gratuidad, el de la alegría y la fiesta. Ese “algo distinto” es lo que pone Dios. Nuestra existencia está compuesta de muchos elementos, algunos dependen básicamente de nosotros, pero todos están en las manos de Dios, que es quien plenifica la realidad humana.

El agua es transformada en vino porque ésta ha sido primero dispuesta en las tinajas. Esos mismos recipientes serán usados para llevar el vino que nadie ha probado ante el maestre sala. Igualmente, la novedad del Evangelio se lleva en elementos humanos, pero se guarda en odres nuevos, es decir, en corazones transformados. El vino, también en nuestra cultura, simboliza alegría, encuentro y amistad. Si las tinajas del trabajo humano son necesarias, también lo es el vino, signo de fiesta y libertad.

Es cierto que la vida a veces se queda sin vino, es decir, sin gozo. Las fatigas y las pérdidas son parte de nuestra existencia, y no debemos asustarnos, sino animarnos unos a otros. Trabajo, perseverancia, creatividad son cualidades necesarias en la vida cristiana. Pero también lo es la alegría, que nos recuerda que Cristo, el vino mejor, es nuestro gozo. Podríamos decir que la alegría es “un derecho humano” esencial y con ello afirmamos, que conocer a Jesús es un derecho de toda persona. Si amas a alguien, llévalo a Jesús, no le podrás dar una alegría mayor. La Eucaristía es, entre otras cosas, un banquete, prenda de “las bodas del Cordero”, signo de alegría eterna. Que nunca nos falte nunca la alegría del vino nuevo que es Jesús.

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