
Frecuentemente escuchamos o hemos dicho nosotros mismos, el tiempo de Dios es perfecto. Y esta frase viene a nuestra mente cuando no comprendemos porque no se hace algo en el momento que uno quiere, y mejor aún, cuando sentimos la respuesta de Dios hacia alguna petición que hemos hecho en el tiempo en que no teníamos pensado que sucediera. Y es así, el tiempo de Dios es único, perfecto y que no tiene nuestros límites humanos. Cuando Jesús da a conocer su misión, toma una lectura del Profeta Isaías, y dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos, y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. Jesús entonces enrolló el libro, lo devolvió al ayudante y se sentó, mientras todos los presentes tenían los ojos fijos en él. Y empezó a decirles: «Hoy les llegan noticias de cómo se cumplen estas palabras proféticas.” (San Lucas 4, 18 – 21) Eso proclamamos este año, un Hoy eterno, un Hoy que se cumple, un Hoy que trae las “gracias del Señor”. A este tiempo de gracia, a este tiempo perfecto de Dios, le llamamos Kairós. Que se diferencia de “Cronos”, ya que ambas palabras son griegas, y la segunda se refiere al tiempo cronológico del que observamos a diario para ordenar nuestra vida y actividades. Este tiempo jubilar nos invita a conocer que Jesucristo inauguró un nuevo tiempo de gracia de Dios, un nuevo Kairós; por tanto, es un tiempo precioso para vivir los dones y carismas que el Espíritu Santo derrama en cada uno de nosotros y, por consiguiente, en toda la Iglesia. Este Kairós debe tener algunas características importantes, y son: Un tiempo… de misericordia, …para animar a los demás, …para ser misericordiosos como el Padre, …para cultivar las semillas del Evangelio, …para esperar confiadamente los cielos nuevos y la tierra nueva, …para reavivar el anhelo de los bienes celestiales, …para derramar en el mundo entero la alegría y la paz del Redentor. Es en la Carta a los Hebreos donde se nos indica claramente este tiempo eterno de Dios en Jesucristo: “Cristo Jesús permanece hoy como ayer y por la eternidad.” (Hebreos 13, 8). Nuestro Señor que no cambia, que es siempre el mismo, que permanece desde el principio hasta la eternidad, es al que debemos de proclamar sin descanso, en todo momento, hasta la consumación de la historia; ese es nuestro sentido misionero, esa es la mayor ocupación de cada cristiano y de la Iglesia.¡Que la dicha de vernos merecedores de los bienes espirituales producto del sacrificio redentor de Jesús inunde nuestro corazón, anime nuestros pasos y palabras para dar razones de nuestra esperanza!