Editorial | Nuestra voz | Trascender la venganza y elegir el camino de la paz

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Dentro del extenso marco de la doctrina católica, pocas enseñanzas son tan mal comprendidas como la exhortación a “poner la otra mejilla”, frase derivada del Sermón de la Montaña (Mateo, Cap. 5) y que ha sido erróneamente interpretada a lo largo de los siglos como un mandato a la pasividad, una rendición al sufrimiento sin resistencia; sin embargo, desde la perspectiva católica, esta enseñanza encierra un poder profundo y transformador que desafía las nociones convencionales de fortaleza y debilidad. En primer lugar, es trascendental entender que “poner la otra mejilla” no es una llamada a la inacción ni a permitir el abuso; no significa que debamos aceptar ser golpeados o maltratados. La verdadera fortaleza radica en protegerse a uno mismo y a los demás mientras se mantiene la integridad moral y se evita la venganza. Jesús, en su sermón del Monte, no proponía la sumisión sin sentido, sino la resistencia radical al mal mediante el poder del amor. Al ofrecer la otra mejilla, el cristiano católico no está renunciando a su dignidad; está, en cambio, afirmando su valor intrínseco y su rechazo a ser arrastrado al ciclo de violencia. Un ejemplo potente de esta enseñanza en nuestra época, es el perdón otorgado por el Papa San Juan Pablo II, al hombre que intentó asesinarlo en 1981 en la Plaza San Pedro. En lugar de responder con odio o buscar venganza, el Papa visitó a su agresor en prisión, lo perdonó públicamente y demostró al mundo la profundidad del amor cristiano y la capacidad de perdonar, incluso las ofensas más graves. Este acto de ofrecer la otra mejilla es una manifestación de la verdadera fuerza interna. Es fácil devolver golpe por golpe, responder con ira a la injusticia. Sin embargo, resistir el impulso de la represalia y, en cambio, ofrecer una respuesta de amor y compasión requiere una fortaleza moral y espiritual que trasciende lo físico. Es una declaración de que nuestra identidad y valor no están definidos por las ofensas externas, sino por nuestra relación con Dios y su amor infinito. En un país como Honduras, en donde la intolerancia se ha apoderado del ánimo de los hondureños, poner la otra mejilla es un acto de fe profunda porque significa confiar en la justicia divina más allá de las respuestas inmediatas y visibles. Es un reconocimiento de que Dios es el último juez y que nuestra misión es reflejar Su amor y misericordia en un mundo que a menudo está sumido en el odio y la venganza. Esta confianza en Dios es la base de una verdadera fortaleza, una que no puede ser quebrantada por las circunstancias temporales. Por lo tanto, poner la otra mejilla, lejos de ser un signo de debilidad, es una de las manifestaciones más puras de la fuerza humana. Es una invitación a todos, en esta Cuaresma 2025, a elevarnos por encima de nuestras inclinaciones naturales y a abrazar una forma de vida que refleja la naturaleza de Cristo. Al hacerlo, no solo transformamos nuestras propias vidas, sino que también iluminamos el camino para que otros encuentren la verdadera fortaleza en el amor y la misericordia divina.

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