Esta es la pregunta que Jesús Resucitado dirige a los discípulos. Es una pregunta también para nosotros ¿Cuántos hombres y mujeres en nuestros días viven marcados por las dudas, las inquietudes, la desorientación y el sin sentido? El Evangelio de hoy describe con detalle los sentimientos de los discípulos ante la presencia del Resucitado.
Los presenta “llenos de miedo por la sorpresa” y afirma que “creían ver un fantasma”. Así estaban los discípulos antes de hacer la experiencia interior de la presencia del Resucitado. El miedo expresa la falta de confianza y con el miedo, la soledad, la tristeza y también la duda que se apodera de ellos. ¿Por qué se alarman? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miedos, dudas, desconcierto, es todo lo que refleja el complejo estado de ánimo de aquellos discípulos, cuando Jesús se presentó en medio y les dijo: “Paz a ustedes”.
¡Qué falta les hacía y qué falta nos hace esa paz! Los discípulos vivían en el miedo y en la duda, estaban agitados y nerviosos. Nosotros también estamos condicionados por las dudas, los miedos y las inseguridades. ¿No necesito pasar de la duda a la confianza? El Evangelio de este domingo insiste con fuerza en la realidad del Resucitado que se presenta en medio de los discípulos: “Miren mis manos y mis pies; soy yo en persona, pálpenme y dense cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos como ven que yo tengo”.
El miedo les hace creer que era un fantasma. El miedo deforma siempre la realidad. El Evangelio de Lucas, como saben, está dirigido a los griegos y éstos podían imaginar que el Resucitado era un “fantasma”, que el alma se había separado del cuerpo, esa era su filosofía: los griegos creían en la inmortalidad, nosotros creemos en la Resurrección. La Resurrección es más que la inmortalidad: el Resucitado es la persona entera de Jesús.
Podemos decir que el Evangelio marca de forma muy acertada el contraste entre las dudas y los miedos de los discípulos y la realidad de Jesús. Jesús no es un “fantasma” sino una dulce y misteriosa presencia entre nosotros. “Miren mis manos y mis pies”. “Miren mis manos”. Las “manos” de Jesús eran especiales, eran manos que curaban, que liberaban y que despertaban vida. El toque de sus manos era vitalizante. Las manos de Jesús eran capaces de acariciar a los niños y de expulsar demonios, eran manos dispuestas a lavar los pies, a vendar las heridas, a multiplicar los panes, a bendecir y a perdonar “Miren mis pies”.
Los “pies” de Jesús eran pies que caminaban, que abrían camino, pacientes y ligeros, cansados y gastados de tanto caminar tras la “oveja perdida”… Eran pies entregados en busca de todos nosotros. Hoy ¿No tendríamos que escuchar de nuevo las preguntas del Resucitado como dirigidas a nosotros?: “¿Por qué se alarman? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Soy yo en persona”… El hombre y la mujer de hoy están también marcados por la duda, insatisfechos por una existencia vacía y fugaz y en búsqueda de la alegría y el amor verdadero.
En el ámbito social vivimos acosados a través de los Medios de Comunicación por la cultura de lo efímero y de la superficialidad. Dichoso quien se atreve a pasar de la duda a la confianza en el Resucitado que viene a poner Luz en nuestra oscuridad, esperanza y sentido en nuestra vida. “Y como no acababan de creer por la alegría y seguían atónitos, les dijo: “¿Tienen algo de comer?” Les pide algo para comer. Los fantasmas no comen. Él es como nosotros. Casi todas las apariciones de Jesús Resucitado van acompañadas de comida, es una prueba de su humanidad y de su amistad con nosotros, pero es también una referencia a la Eucaristía, lugar del encuentro con el Resucitado. Pero ¿Cuántas veces somos incapaces de reconocerle? “Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”.
Jesús termina con una invitación a vivir los hechos a la luz de la Escritura. Utiliza el mejor argumento para un judío: las Escrituras, y aquellas mentes se iluminaron y sus corazones comenzaron a arder y comenzaron a comprender que la fuerza de Dios no es incompatible con la debilidad. Que en este día podamos volvernos de corazón a Él para decirle: Señor, vence mis miedos y mis dudas para que descubriéndote presente en mi vida, pueda ser testigo creíble y alegre de tu Resurrección y portador de tu paz.