Homilía del señor Arzobispo para el XVI domingo del tiempo Ordinario

“Vivir el encuentro” (Lc 10, 38-42)

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TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Las lecturas de hoy nos presentan dos diálogos profundos, en ambos se representa el encuentro de Dios con la humanidad. El primero es el de Abraham con aquellos tres hombres, que representan una misteriosa unidad y trascendencia. Ante tan gran visita, Abraham, conforme a los estándares de la época, los acoge dándoles lo mejor que tenía. Cuánto agradecemos un gesto de hospitalidad, porque todo encuentro y diálogo profundo tiene algo de trascendente. Curiosamente, la palabra latina “hostes”, que da origen a hospital, hospedaje, huésped… también hace referencia al anfitrión, es decir, al que recibe.

Entre quien llega y quien acoge se crea una relación importante en ambos sentidos. A veces el tiempo personal de encuentro se da en una casa, como la de Marta y María en Betania. Otras veces es en la naturaleza, como en Mambré, a la sombra de unos encinos, donde acampaban Abraham y Sara. Puede ser en algún otro lugar, pero siempre, es hermoso cuando alguien llega, saluda y es recibido con amabilidad. En el saludo inicial comienza un tiempo compartido de mutuo enriquecimiento en la escucha y el diálogo, que estamos llamados todos a practicar desde nuestra realidad. Naturalmente, lo que decimos de un encuentro fraterno, más aún lo diremos del encuentro de oración entre el cristiano y Cristo.

María, la que eligió la mejor parte, no la única, simboliza la escucha y la mirada atenta. Ella se abre a la sabiduría de Dios que tantas veces llega en la persona que nos visita. En medio de la vorágine digital, donde una pequeña pantalla quiere apropiarse de todos los registros de comunicación humana, urge una cierta “rebelión contra las redes”, -mal llamadas- “sociales”. Éstas dicen que nos asocian a otras personas, pero en el fondo nos aíslan cada vez más en nosotros mismos.

Disculpen la comparación, pero ¿se imaginan que aquellos tres hombres hubieran enviado un mensajito de texto a Abraham y hubieran pasado de largo? Hoy no habríamos leído esta lectura, nada hubiera avanzado en la historia de la salvación. Sin visita no hay acogida, sin encuentro personal no hay promesa de futuro. En este sentido de encuentro real y transformador podemos leer también la carta a los Colosenses. Dios no es el que se conforma con un mensaje lejano y superficial, sino el que envía a su propio Hijo para que éste muera por nosotros. El escándalo de la cruz da cumplimiento al proyecto de Dios con el mundo entero.

San Pablo dice “me alegro en sufrir por ustedes”, “completando en mi propio cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo que es la Iglesia”. En otras palabras, Cristo visitó a la humanidad sufriente, y en ese encuentro personal entra en diálogo con nuestras angustias y esperanzas. Quienes hospedan a Cristo en su vida siguen conociendo hoy la sabiduría de sus palabras, el arrastre de su testimonio y la fuerza de su amor. Venimos cada domingo a misa para compartir la mesa con Cristo y nuestros hermanos. Vivamos sin prisas y con gozo este encuentro, tan humano y a la vez divino, que llamamos comunión.

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