
Continuando con el Documento de Aparecida en el numeral 278 de la V Conferencia Episcopal de Latinoamérica y el Caribe en 2007. Como nos indica, todos debemos ser Discípulos-Misioneros de Jesucristo. En los primeros 2 aspectos fundamentales del proceso formativo reflexionamos en el Encuentro con Cristo y la Conversión.
Es imprescindible el kerygma para que todos los demás procesos lleguen a ser frutos abundantes. Solo los corazones verdaderamente convertidos al Señor pueden cimentar un camino espiritual sólido. Ahora atenderemos los 3 aspectos restantes, a saber: El Discipulado: La persona madura constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús maestro, profundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina.
Por este paso es de fundamental importancia la catequesis permanente y la vida sacramental, que fortalecen la conversión inicial y permiten que los discípulos misioneros puedan perseverar en la vida cristiana y en la misión en medio del mundo que los desafía. La Comunión: No puede haber vida cristiana sino en comunidad: en las familias, las parroquias, las comunidades de vida consagrada, las comunidades de base, otras pequeñas comunidades y movimientos. Como los primeros cristianos, que se reunían en comunidad, el discípulo participa de la vida de la Iglesia y en el encuentro con los hermanos, viviendo el amor de Cristo en la vida fraterna solidaria. También es acompañado y estimulado por la comunidad y sus pastores para madurar en a la vida del Espíritu.
La Misión: El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios. La Misión es inseparable del discipulado, por lo cual no debe entenderse como una etapa posterior a la formación, aunque se la realice de diversas maneras de acuerdo con la propia vocación y al momento de la maduración humana y cristiana en que se encuentre la persona.
Ahora podemos preguntarnos como cristianos y como parroquia: ¿Hemos tenido un encuentro personal con Jesucristo? ¿Vivimos en constante conversión? ¿Procuramos formarnos permanentemente y vivir una vida sacramental completa? ¿Participamos de una comunidad en la que sentimos la fraternidad? ¿Nos arde el corazón para anunciar a Cristo a todos? ¡Que seamos dóciles al Espíritu Santo para ser cada día más discípulos-misioneros de Jesucristo!