
Mientras nos acercamos a la celebración de un nuevo cónclave, después de la Pascua de nuestro querido Papa Francisco, tendemos a preocuparnos siento que excesivamente, por el rumbo que tomará la Iglesia con la elección de un nuevo Obispo de Roma. Algunos, han llegado al punto de llamarle a esta la elección más importante de la historia de la iglesia. Creo que la más importante ya la hizo el Señor Jesús, en el momento en el que eligió a Pedro.
Cada época, tiene lo suyo. Si nos hubiese tocado presenciar la elección del sucesor de Pío VI, que tuvo que realizarse fuera de Roma, porque el imperio napoleónico tenía controlada más de la mitad de Europa, sin duda, hubiésemos sentido que aquella elección hecha prácticamente en la clandestinidad, era la más importante de la historia. O si nos hubiese tocado, ser testigos de la elección de León XIII después de largo pontificado del beato Pío IX.
Era la época del surgimiento de las naciones que hoy conforman Europa, con sus variantes, como hoy las conocemos. Esos nacionalismos a los que tocó enfrentar en ese momento sobre todo en Italia y en Alemania, así como el auge del modernismo, del marxismo y del sicologismo, como una especie de ideologías absolutas, también hubiésemos pensado que estábamos frente a la elección de un papa, que era la más importante de la historia de la iglesia. Por no hablar, de la difícil elección del Papa Pío XII, cuando ya se anunciaban tambores de guerra en Europa y a quien le tocó vivir la Segunda Guerra Mundial en carne propia.
De hecho, a su muerte se desarrolló el cónclave más prolongado del siglo XX, la elección de San Juan XXIII. No sigo hablándoles de la siguientes elecciones, porque se me va a acabar el espacio de esta columna, y la intención es transmitirles a ustedes, que tienen la gentileza de leerme cada fin de semana, la certeza absoluta que tengo en que la iglesia, que le pertenece al Señor Jesús, y no a ningún grupo o tendencia dentro de la iglesia, y mucho menos a una persona en particular, seguirá adelante porque ha sido capaz, por la acción del Espíritu Santo, de sobrevivir a los ataques que vienen de fuera, y lamentablemente, los que se gestan dentro, por más de 2000 años.
El “cónclave” que están promoviendo algunos medios de comunicación que mejor deberían ser denominados de opinión, no es el cónclave real que viviremos en unas horas. Aquel lo promueve el espíritu de este mundo, éste, el de verdad, es obra del Espíritu si los cardenales electores saben escuchar la voz de Dios. A eso es lo que debemos dedicar nuestro tiempo: orar. Orar para que sea Dios y no un espíritu chocarrero el que aliente las deliberaciones de los cardenales electores. En manos de María, Madre de la Iglesia, los confiamos.