La Alegría como Fruto del Espíritu

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En la audiencia general de este día, el Papa Francisco reflexionó sobre los “frutos del Espíritu Santo”, tomando como base la lista que San Pablo presenta en su Carta a los Gálatas (5,22): amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. A diferencia de los carismas, que son dones concedidos libremente por el Espíritu para el bien de la Iglesia, los frutos son el resultado de la colaboración entre la gracia divina y la libertad humana. Según el Pontífice, estos frutos reflejan cómo “la fe obra por medio de la caridad” y muestran la creatividad personal de cada creyente.

Francisco destacó especialmente la alegría, describiéndola como una de las manifestaciones más notables del Espíritu. Citó las palabras iniciales de su exhortación Evangelii Gaudium: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Esta alegría, aseguró, no está exenta de momentos de tristeza, pero siempre permanece anclada en una paz duradera. Al reflexionar sobre las limitaciones de las alegrías terrenales —que pasan rápidamente o pierden su atractivo— recordó las palabras de San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

El Papa subrayó que la alegría evangélica es única, porque no se desgasta con el tiempo y se multiplica al compartirse con los demás. Recurrió a un ejemplo histórico, San Felipe Neri, conocido como el “santo de la alegría”. Felipe, con su amor ardiente por Dios, transmitía la felicidad del perdón divino a los niños pobres de Roma y les decía: “Estén alegres; no quiero melancolía”. Este santo demostraba que la verdadera alegría tiene su origen en el amor de Dios y en la certeza del perdón.

Para Francisco, la evangelización está profundamente vinculada a esta alegría, porque “quien ha acogido el amor de Dios, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?” Reiteró que el mensaje cristiano no puede ser transmitido con un rostro sombrío, sino con el entusiasmo de quien ha encontrado el tesoro escondido. Invitó a todos a reflejar la exhortación de San Pablo: “Estén siempre alegres en el Señor; les repito, estén alegres” (Fil 4,4).

Finalmente, el Santo Padre animó a los fieles a vivir la alegría como un signo del Espíritu Santo en sus vidas, siendo artífices de paz y esperanza para el mundo. “Queridos hermanos y hermanas, alégrense con la alegría de Jesús en el corazón”, concluyó. Su mensaje, impregnado de optimismo y esperanza, nos recuerda que la alegría auténtica proviene del encuentro con Cristo y se fortalece al compartirla con los demás.

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