Retomar el tema de la Dilexit Nos se me está complicando bastante. Esta semana, el miércoles para ser precisos, en una conferencia de prensa en el Vaticano, el Santo Padre dio a conocer su decisión respecto a cómo los historiadores debemos abordar el estudio y la descripción de la historia, particularmente la historia eclesiástica. Debo decir, de entrada, que estoy absolutamente de acuerdo con lo que él señaló.
No se trata de anular la rigurosidad ni la imparcialidad propias de la investigación histórica. Nada de lo propiamente científico está siendo cuestionado, sino que el Papa nos advierte del eterno riesgo de estudiar la historia desde una perspectiva ideológica, lo que inevitable- mente lleva al sesgo. Toda ideología, por su misma naturaleza, es parcial. Por lo tanto, no es posible comprender o aprender verdadera- mente de la historia si partimos de una posición que, de antemano, está reducida y fragmentada. Además, no podemos olvidar que la historia eclesiástica es, en esencia, una rama de la teología y, por lo tanto, debe ser estudiada desde esta perspectiva.
Es una ciencia teológica cuyo punto culminante de interpretación debe nacer de la concepción de que el objeto del estudio histórico es la Iglesia como Pueblo de Dios. Al mismo tiempo, esta categoría de Pueblo de Dios no solo es el objeto, sino también el sujeto activo en la interpretación de su propia experiencia a lo largo del tiempo y el espacio. Bajo esta perspectiva, la historia de la Iglesia se entiende, en última instancia, como historia de salvación. Por eso, como bien señala el Papa, estudiar historia va mucho más allá de memorizar fechas, lu- gares y datos. Me alegra que lo exprese de manera tan clara, porque yo, personalmente, no soy muy bueno para ese tipo de cosas.
Sin embargo, lo que más polémica generará, sin duda, es la afirmación del Papa de que estudiar la historia es mantener «la llama encendida de la conciencia colectiva». Es imposible interpretar la historia de la Iglesia reduciéndola a los hechos aislados de un Papa, un santo, un obispo o un laico, sin referencia a la vida de la comunidad. Ese error es, lamentablemente, uno de los que más solemos repetir, espero que sin intención. El Papa también ha dicho algo profundamente significativo: «Nadie puede saber verdaderamente quién es y qué pretende ser mañana sin nutrir el vínculo que lo une con las generaciones que lo preceden».
Negar esta verdad solo demostraría precisamente lo que él critica: el deconstructivismo, que reduce la historia a una acumulación de eventos individuales sin conexión. Hay mu- cho más que seguir disfrutando de esta carta del Papa, pero lo dejaré para después, no sin antes recordar que el peso ético de la investigación, en cualquier campo, pero sobre todo en el histórico, es fundamental. Sin ética, todo se cae.