Homilía del señor Arzobispo para el XXXII domingo del tiempo Ordinario

“Confianza y esperanza” (Mc. 12, 38-44)

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Mujer, viuda y pobre. Esta es la presentación social de quien Jesús propone como modelo de fe y generosidad. Ella, que para muchos era tan insignificante como aquellas dos pequeñas monedas, se convierte en modelo a seguir. En ella se manifiesta la fuerza auténticamente revolucionaria del Evangelio: “derroca del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”.

La persona es digna de admiración no por su influencia, su fuerza o su dinero, sino por su autenticidad. Lo que remarcan tanto el libro de los Reyes como San Marcos, es la entereza de una “mujer, viuda y pobre” que es capaz de confiar en Dios de manera radical, a pesar de ser menospreciada por la sociedad y también por la religión de la época.

La Iglesia toda y en cada lugar, está llamada a inspirar confianza y esperanza, como depositaria de una fe y una verdad recibidas para ser compartidas. Sin aquel encuentro entre el profeta perseguido y la viuda que recogía leña por última vez, Elías hubiera muerto de hambre y también aquella mujer con su hijo un poco más tarde. Con su extraña solicitud a aquella mujer de Sarepta, pidiéndole lo poco que tenía para vivir, Elías le estaba dando una esperanza para vivir. La confianza y la esperanza están vinculadas y son muy importantes para la humanidad. Vivimos una gran desconfianza entre nosotros, que nos lleva a perder también la esperanza. Y esto a todos los niveles: sociales, interpersonales, espirituales. Porque si no crees, nada esperas.

Esto, desgraciadamente, ha sido utilizado intencionalmente para manipularnos: crear desconfianza, para que, perdiendo la verdadera esperanza, pongamos nuestros ojos no en Dios y su Evangelio, sino en falsos mesías, que prometen falsos paraísos. Son los nuevos “escribas” de los que habla Jesús. Nos hemos acostumbrado a creer en Dios como lo hacemos en los hombres, es decir, de forma parcial y condicionada. En cambio, Jesús nos pide confiar todo y del todo en Dios. Sin condiciones ni medidas.

Ser santos y santas que no se guardan nada para sí, sino que todo su ser es para Dios y la construcción de su Reino entre nosotros. El Evangelio nos invita a esperar en Dios, aún contra toda esperanza humana. La noticia es, por tanto, que la fe cristiana no es un elemento que adormece, sino una radicalidad profunda y transformadora.

Al creer en Dios no buscamos seguridades humanas pasajeras, sino que al confesar nuestra fe cristiana lo que decimos es que solo Dios es creíble y estable. En Él y solo en Él ponemos nuestra esperanza. En este sentido, acabamos de finalizar el Sínodo sobre sinodalidad, que nos ha invitado a vivir y compartir nuestra fe juntos. Y también juntos, como peregrinos de la esperanza, celebraremos el Jubileo del próximo año. Ambos acontecimientos, convocados por el Papa, fortalecen y renuevan la vitalidad de la Iglesia y muestran a todas las gentes en quién confiamos y en quién esperamos: en Jesucristo, muerto y resucitado. La mujer, viuda y pobre del Evangelio es para nosotros un ejemplo de esta confiada esperanza.

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