Desde la presentación de “Luce”, la mascota del Jubileo 2025, han surgido críticas, en su mayoría de católicos que consideran este símbolo como una adaptación mundana de la Iglesia, sin tomar el tiempo de leer el mensaje que representa. No obstante, al juzgar sin buscar entender, estos hermanos en la fe actúan como fariseos modernos, juzgando la forma sin captar el fondo. Es una actitud que, más que cristiana, cae en un fariseísmo que se centra en la apariencia y deja de lado el corazón y la intención evangelizadora.
La inculturación, que muchos critican sin conocer, no es un capricho contemporáneo. Es un principio que la Iglesia ha promovido desde sus inicios, al reconocer que el Evangelio debe ser anunciado en cada cultura, respetando su diversidad y aprovechando sus símbolos para que Cristo pueda ser conocido y amado en todos los rincones del mundo. Como nos recuerda el Concilio Vaticano II en Ad Gentes, “la Iglesia considera que debe incorporar en su misma unidad, a la manera de la encarnación, todas las verdaderas riquezas de las culturas” (AG, 22). En lugar de rechazar y satanizar los elementos culturales, la Iglesia ha buscado, desde el principio, cristianizar lo que de bueno y verdadero hay en ellos, sin alterar su identidad evangélica.
San Juan Pablo II subrayó esta visión en su encíclica Redemptoris Missio: “La fe no se debe imponer desde fuera, sino que debe llegar a lo más íntimo de la cultura de cada pueblo” (RM, 52). La inculturación es, en otras palabras, un proceso mediante el cual la fe cristiana y las culturas se enriquecen mutuamente, y el Evangelio se convierte en algo vivo y accesible para todos. ¿Acaso queremos que la fe sea una reliquia del pasado?
Aquellos que critican “Luce” como “mundana” olvidan que la cultura no se estanca en el tiempo, y que juzgar sin informarse es una forma de ignorancia atrevida. Criticar a la Iglesia por adaptarse a los lenguajes modernos y conectar con las generaciones actuales sin leer la simbología de sus actos muestra una actitud que se aleja del espíritu de comprensión y apertura que el Evangelio nos enseña. San Pablo lo tenía claro: “Me hice todo para todos, para ganar, al menos, a algunos” (1 Cor 9, 22).
Por ello, el verdadero llamado de “Luce” no es a modernizarse o adaptarse al mundo, sino a evangelizar en el mundo actual. Invito a todos a leer el Directorio para la Catequesis de la Santa Sede, donde se nos enseña: “Es importante que la catequesis se presente en un lenguaje que sea comprensible para la gente de hoy” (DC, 208). Esta mascota y sus símbolos no pretenden agradar al mundo, sino abrir una puerta a aquellos que tal vez de otra manera no se acercarían al mensaje del Jubileo.
Hermanos, antes de criticar, informémonos. La inculturación es el llamado constante de la Iglesia a que Cristo sea conocido en cada rincón y en cada cultura. No temamos a los símbolos y a los lenguajes modernos; más bien, como Iglesia, recemos para que todos los elementos culturales puedan ser cristianizados, y no caigamos en el error de juzgar sin conocer.