El Bautismo de los Niños 

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Uno de los cuestionamientos más comunes que los católicos enfrentan, especialmente de algunos hermanos evangélicos, es sobre el bautismo de los niños. Se argumenta que no es bíblico o que un niño no puede recibir el sacramento porque no tiene uso de razón. Sin embargo, al reflexionar sobre lo que enseña la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, encontramos que el bautismo de los niños no solo es bíblico, sino profundamente arraigado en la enseñanza de Cristo. 

¿Qué es el bautismo? 

El bautismo es el sacramento que nos da el Espíritu Santo y nos limpia del pecado, especialmente del pecado original, que heredamos desde la caída de Adán y Eva (cf. Romanos 5,12). Jesús mismo afirma en el Evangelio de Juan: “En verdad, en verdad te digo, el que no nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Juan 3,5). Por medio del bautismo, se nos otorga el perdón de los pecados, la incorporación al Cuerpo de Cristo, y la vida nueva en el Espíritu Santo. 

¿Por qué bautizar a los niños? 

Los niños, aunque no hayan cometido pecados personales, también necesitan el don de la gracia para ser liberados del pecado original. La enseñanza de la Iglesia es clara: el bautismo es necesario para la salvación, tal como lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) en el número 1257: “El Señor mismo afirma que el bautismo es necesario para la salvación (cf. Mc 16,16; Jn 3,5).” 

Si un niño puede recibir el Espíritu Santo, el perdón de los pecados y ser hecho hijo adoptivo de Dios, ¿por qué retrasar ese regalo? Incluso en la Sagrada Escritura, encontramos que en varias ocasiones las familias completas eran bautizadas, lo que muy probablemente incluía a los niños. En Hechos de los Apóstoles se menciona el bautismo de la “casa” de Lidia (cf. Hechos 16,15) y del carcelero (cf. Hechos 16,33), lo que sugiere que no se excluía a ningún miembro de la familia, incluyendo los más pequeños. 

La objeción del uso de razón 

Algunos argumentan que un niño no tiene la capacidad de arrepentirse o profesar su fe, pero esta objeción no tiene en cuenta que la gracia de Dios no depende de la comprensión humana. El bautismo no es un premio para quienes entienden o merecen la fe, sino un don gratuito de Dios, accesible a todos, independientemente de la edad.  

Además, en la historia de la Iglesia, los padres siempre han buscado lo mejor para sus hijos. Así como no esperamos a que un niño decida si quiere ser alimentado o educado, tampoco deberíamos esperar a que decida si desea recibir la gracia de Dios. Los padres, como responsables de la vida espiritual de sus hijos, tienen el derecho y el deber de presentarlos al bautismo (cf. CIC 1251). 

Bautismo: Una decisión de amor 

El bautismo infantil refleja el amor de Dios que se anticipa a nuestras acciones. San Agustín defendía el bautismo de los niños explicando que la gracia de Dios no necesita esperar a que una persona crezca y tenga uso de razón para operar en su vida. Jesús mismo dijo: “Dejen que los niños vengan a mí, no se lo impidan” (Marcos 10,14). Si Jesús acoge a los niños y quiere bendecirlos, ¿cómo podemos nosotros negarles la gracia del bautismo? 

Conclusión 

Bautizar a los niños no es solo un acto de fe, sino un acto de profundo amor. Es regalarles la mayor gracia que puede recibir un ser humano: la pertenencia a Cristo y la vida nueva en el Espíritu Santo. Como católicos, debemos defender esta práctica con caridad, mostrando que la enseñanza de la Iglesia está enraizada en la Escritura y en la Tradición viva. El bautismo es una gracia que se nos da libremente, y es un regalo que los niños, como cualquier otra persona, pueden y deben recibir. Recordemos las palabras de San Pedro: “El bautismo que ahora los salva” (1 Pedro 3,21). 

Referencias: 

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