Reflexión | Latinoamérica

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El Señor me concedió la gracia, en estos días de poder ganarme la indulgencia plenaria con motivo del Jubileo de este año y después de atravesar la Puerta Santa, pude presidir la misa en una de las capillas donde en el pasado ya había celebrado la misa. Es una oportunidad única y que no puedo menos que agradecer profundamente a los que me lo han facilitado.

El asunto es que junto a hondureños que han debido dejar su patria por la situación gravísima que vivimos, nos aprestamos a orar por nuestra tierra, con las claras intenciones que dejemos de estar perdiendo el tiempo en tanta peleadera y que ojalá finalmente se alcance un proceso honesto de elecciones y que desaparezcan esos “cabezas calientes” que son hijos del caos y que se ufanan de provocarlo… del color que sean. Pero el destino nos tenía preparado algo más complejo. Cuando escucharon que la misa era en castellano se acercaron unos hermanos que a todas luces eran latinos.

Les hice seña de que entraran y antes de comenzar la homilía les pregunté ¿de dónde eran? Pues sí, eran latinos. Es más, eran venezolanos. Cuando les dije que orábamos por ellos y más en estos días, se les notó el dolor en sus rostros. De corazón que se me sentí mal. Mientras escribo estas líneas aún no ha llegado el fatídico 10 de enero que representa o la continuidad de ese señor que a todas luces sabe que su “triunfo” es mucho más que dudoso, o bien que ese pueblo tome una posición en su contra.

Sea como sea, los riesgos son inmensos y el resultado de lo que va a pasar es impredecible y muy sombrío. Nuestra Latinoamérica es realmente un conjunto de sinsabores, amarguras y muchísimas esperanzas truncadas. Lo único que no es común, más allá de las obvias implicaciones históricas, es que somos incapaces de asumir nuestras responsabilidades y siempre andamos buscando responsables externos, cuan- do bien sabemos que no lo son. Nos seguimos culpando los unos a los otros, culpamos a quienes no antecedieron y si realmente queremos distraer a todos, le echamos la culpa a quienes nos conquistaron o a quienes nos tienen conquistados.

Si esto le sumamos que hay algunos agentes que se dedican a andar llamándole atención por llamar la atención y que piensan que con cambiar el nombre de una calle o de un golfo, todo mejorará de manera automática. Ese tipo de autoengaños nos lleva a generar una serie de falta de asunción de las propias incapacidades. No cabe duda que muchos de los que nos dirigen y de los que dirigen nuestros países hermanos son expertos distractores que mientras nos tengan viendo hacia otro lado, seguirán actuando a sus anchas. Yo seguiré orando, no sólo por deber, si no y sobre todo, porque cada vez estoy más convencido que sólo una intervención divina, ya sea en forma de conversión o bien de la voz de Dios que es la voz del pueblo, se podrá evitar que sigamos camino a un desastre.

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