Homilía del señor Arzobispo para el domingo XXVI del tiempo Ordinario

“¿Dónde y cómo actúa el Espíritu Santo?” (Mc. 9, 38s)

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Hemos visto a alguien haciendo el bien, pero lo hacía mencionando tu nombre, y como era de nuestro grupo, se lo hemos prohibido”. Está latente en esa distinción que hace el discípulo, “de los nuestros o no de los nuestros”, un concepto social de grupos separados, no compatibles entre sí. O ellos o nosotros, pero “juntos” es algo que nos cuesta aceptar. Sigue ocurriendo con frecuencia: si no son exactamente como nosotros, entonces mejor alejarnos de ellos, para no confundirnos.

Prevalece mucho la desconfianza social y eclesial, que en el fondo es un proteccionismo exacerbado. Cuando tenemos clara nuestra identidad, no necesitamos negar a nadie para ser nosotros mismos. Jesús, con su respuesta contundente, no solo corrige a Juan, sino también a nosotros: “no se lo prohibáis… el que no está contra nosotros, está a favor nuestro”. Sin caer en una actitud ingenua o descuidada, estamos llamados a “dar una oportunidad a los nuevos”, y más extensamente, dar una oportunidad al Espíritu Santo, que es el que ofrece siempre algo nuevo.

Cerrarnos como cristianos a lo que es diferente o novedoso, sin un debido análisis, puede ser cerrarnos a la acción del Es- píritu Divino. En la Iglesia, cerrarnos al Espíritu Santo y su sorpresa, es vivir en las formas del pasado negando “la novedad del pasado”, que es Cristo Resucitado. Es decir, aferrarnos a formas antiguas -que en verdad no lo son tanto- estamos diciendo que el Espíritu Santo solo actúa en la Iglesia en aquella lengua o aquel modo. Y al mirar con calma, vemos -por ejemplo-, que ni el latín era la lengua de Jesús (sino el arameo); ni Jesús usó ornamentos litúrgicos del s.XIX (sino lo propio de un rabí de su tiempo); ni se puso de espaldas a los apóstoles cuando partió y repartió su pan en la última cena.

Valga esta explicación para volver a afirmar que lo importante siempre es ser dóciles al Espíritu que el Resucitado insufló en su Iglesia, y sin el cual la Iglesia es una estructura muerta. Y, no lo dudemos, así como el Espíritu bajó en Pentecostés y se hizo presente en el discernimiento de los apóstoles en Jerusalén, así mismo sigue vivo y creativo hoy entre nosotros. Porque, sencillamente, el día que no esté el Espíritu, tampoco nosotros. Ese mismo Espíritu lo necesitamos para ser capaces no solo de acoger y escuchar a los de fuera, sino de cuidar y respetar a los de dentro. Qué dura la expresión de Jesús en defensa los pequeños: “más le valdría que le ataran una piedra de molino y lo echaran al mar”. Radical, pero cierto.

Todas nuestras palabras y acciones deben ser para sostener, proteger y favorecer a los más indefensos. Nada en nosotros debe ser motivo de escándalo. Lo que hacemos, no solo debe ser bueno, sino que debe parecerlo, por respeto a aquellos que nos miran como referencia. “Más te vale entrar tuerto en el cielo, que con los dos ojos al fuego eterno”. Mejor tener menos fuerza en lo huma- no, pero que todas nuestras fuerzas sean para servir a nuestros hermanos.

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