La muerte de mi tocayo, Juan López, nos ha impresionado a todos y nos ha obligado a repensar bien el acompañamiento que, como Iglesia y como sociedad, estamos haciendo de estos hermanos nuestros que son modelo en la lucha por la defensa de la Casa Común. Admito que eso de estar leyendo tanto del asesinato de un homónimo me ha dejado muy perplejo. Es feo escuchar tu nombre repetido tantas veces de esa manera. Sin embargo, en lo particular, me llena de profundo orgullo llevar ese nombre, sabiendo que va ligado al de una persona íntegra, fiel a sus ideales y a su fe, y con los pies bien puestos sobre la tierra.
Más allá de la tragedia misma que implica esta muerte violenta, irracional y profundamente interesada por parte de aquellos que son incapaces de entender que sus acciones no logran, no lograrán callar una voz, sino que lo que han logrado fue multiplicarla. Desde hace varios años, a razón de la crisis en Guapinol, estuve siguiéndole la pista a mi tocayo. En primer lugar, porque desde que inició la persecución en contra de ellos, sabíamos que se trataba de miembros de la Iglesia. Que entre ellos había delegados de la Palabra de Dios y por lo tanto, hermanos nuestros que anclados en la sana doctrina social de la Iglesia no estaban sino siendo consecuentes y coherentes con su fe.
En segundo lugar, recuerdo bien los testimonios de la familia de Juan cuando estuvo preso y, sinceramente, acompañé con mi oración este tiempo de prueba para ellos. Por eso, de todo corazón me alegré cuando les vi fuera de la cárcel. Las imágenes, esas imágenes, se le graban en el alma a uno. En tercer lugar, tuve la oportunidad de escuchar a Juan en algunas ocasiones. La última vez que le escuché fue en una ponencia que nos hizo a la Comisión Nacional de Pastoral explicando cómo miraba él la situación política y social del país.
Admiré y admiro sus posturas. Juan se hizo a sí mismo, porque fue un autodidacta en muchas materias y se nota que le gustaba leer. Recuerdo que le dije a monseñor Jenry, que sin duda estará muy pero muy dolido por la pérdida de su amigo, que había algunas de las cosa que Juan había dicho que habría que precisarlas pero que sin duda se notaba que lo que decía, era lo que creía y lo que practicaba. Alguno ya me ha preguntado si se podría pensar en él como un mártir. El tema es que para esto se necesitaría identificar el autor directo y que la causa de su muerte fuera, efectivamente, por “odium fidei”, por odio a la Fe. Lo que sí me queda claro es que los que le mandaron a matar odian los valores del evangelio, porque se odian a sí mismos, al ser impotentes de vivir en la verdad, en la rectitud moral y en la justicia. Descanse en paz tocayo. Ore por esta Honduras que tanto amó.