La Palabra de Dios de este domingo, desea que en todos nosotros resuene el eco de la voz divina para contemplar a Dios, que se nos ha revelado como Padre, Hijo y Espíritu Santo, que siendo Tres es Uno sólo y lo mejor, que al revelarse se ha hecho cercano a todos. Dios es “misterio de amor”, de un amor cercano al hombre.
La palabra “misterio” se basa en el verbo griego múein, “cerrar los labios”, “callar”. Para la Biblia aunque Dios es trascendente manifiesta que ha sido Él, el que ha querido “revelarse”, dejar que el hombre pueda irrumpir en el silencio de su realidad que oculta su misterio. Entonces todos podemos llegar a conocer a Dios, porque ha sido este mismo Dios, que ha querido venir a nuestro encuentro, a través de “pruebas, signos, prodigios, batallas, con mano poderosa y brazo extendido”, como afirma la primera lectura de esta Solemnidad de la Santísima Trinidad (cf. Dt 4,32-39.40). Asegurando además que Él es “el Señor es Dios allá arriba en los cielos y aquí abajo en la tierra” (v.39).
Con la liturgia de la Palabra de este domingo, entramos a exaltar esta revelación nueva del misterio divino, que afirma que Dios es familia divina: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Verdad categórica con que termina el evangelista Mateo su obra al decir, que hay que bautizar en el nombre de Dios que es Trino. Con los textos sagrados que se escuchan en la liturgia eucarística de este día, la Biblia nos enseña que Dios no nos rechaza cuando queremos entrar con nuestros pequeños intentos en su misterio divino. Por lo tanto, no debemos considerar a Dios, sólo como objeto de discusión filosófica y teológica, no debemos sólo hablar de manera desapegada y fría de Dios o de la Trinidad. Debemos también hablar con Dios en un diálogo de confianza y de familiaridad que Él mismo ha inaugurado en su Hijo Jesucristo. Con esta maravillosa fiesta, que debemos de vivir cada día, se nos invita a ir por el mundo a anunciar esta maravillosa verdad que nos salva, es un “amaestrar” en la versión de Mateo, que en su original griego se traduce como hacer “discípulos”. Y en el lenguaje de Mateo el “discípulo” es por excelencia el cristiano que por el bautismo entra en el propio misterio de Dios.