Homilía del señor Arzobispo para la Solemnidad de la Sagrada Familia

“La ley y el Espíritu” (Lc 2, 22-40)

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Este domingo después del día de Navidad, se nos propone a la Sagrada Familia de Nazaret como ejemplo y fundamento de nuestra vida cristiana. En el capítulo 2, San Lucas recalca que “Los padres del niño Jesús, llevaron a su hijo al templo” conforme a ley de Moisés. Y allí, movidos por el Espíritu, los ancianos Simeón y Ana, se acercan a María y José, para ver al niño y sostenerlo en brazos. Qué bello y santo encuentro de generaciones, reunidos en la casa de Dios. También en nuestras reuniones familiares, cuando los hay, los niños pequeños y los más ancianos suelen ser el centro de atención.

Todos quieren tomar en brazos al bebé, y le hablan diciéndole cosas bonitas, estimulándolo y dándole amor. Así mismo, es un signo hermoso, cuando en la familia, todos saben escuchar a los más mayores, de quienes brota tanta sabiduría y prudencia. Como expresa Abraham en el cap. 15 del Génesis, a Dios le pedimos muchas cosas, pero especialmente oramos por nuestra familia, porque “¿para qué me vas a dar nada, si no lo puedo compartir con los míos?”. La familia es entre nosotros, y en todas partes, la protección más segura, el tesoro más preciado, el motivo por el que nos sacrificamos, la inspiración que nos pone en camino.

La carta a los hebreos (cap.11) recuerda que Abraham, fiado en Dios, se puso en camino sin conocer cuál sería su destino. Vienen a nuestra mente tantas personas, que, dejando su casa y su familia, salen a lejanos destinos, en busca de una mejor oportunidad para ellos y sus familias. Recordamos tantas familias separadas por la distancia, pero fuertemente unidas por un afecto incondicional. Con lo dicho, no solo vemos la importancia histórica de la familia, sino cuán actual sigue siendo para todos nosotros. Personal y socialmente, no podemos hablar del pasado ni del presente sin familia, ¿acaso podemos hablar de un futuro mejor sin familia? Nosotros no tenemos dudas, pero desde otras culturas pareciera introducirse valores o leyes contra familiares.

Es algo que contradice la más básica razón y la más profunda experiencia que todos compartimos. Antes bien, la vida familiar, que se nos propone como principio de vida cristiana, ¿no es también la base común desde la que construir una convivencia más feliz? La inmensa mayoría estamos convencidos de que cuidar (con leyes adecuadas) a la familia, es fundamento irrenunciable para una sociedad mejor estructurada, más equitativa y próspera. Aún en una sociedad tantas veces decepcionada, creemos que contando con las familias sí hay esperanza. Solo si cuidamos las familias será posible un proyecto común conforme a la voluntad de Dios.

Así como María y José fueron al templo conforme a la Ley y movidos por el Espíritu Santo, así mismo, las familias siguen necesitando una normativa que las proteja y una libertad que les permita vivir conforme a su fe en Cristo. Las familias son las primeras células sociales dónde nace, se desarrolla y realiza cada persona. Es decir, a ejemplo de la familia de Nazaret, cada familia es sagrada y debe ser reconocida y protegida socialmente.

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