La actualidad de nuestro país, con tantas situaciones de inseguridad, corrupción, desempleo y la crispación política que crea división, nos impide, en muchas ocasiones, a querer buscar la santidad como nos los pide la Sagrada Escritura en la primera carta de San Pedro en el capítulo 1, versículos del 15-16 que reza “Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: «Sean santos, porque yo soy santo»”. Es complejo quizás perdonar, o querer llevar ese camino cuando se tienen tantos obstáculos, pero hay muchas herramientas que nos ayudan a esta finalidad, una de ellas es ser siempre alegres. Hay que tener claro que la santidad no es cuestión de imágenes o de personajes épicos y legendarios, es una obligación para todos, algo que debemos alcanzar en nuestro día a día. Es la vida entera llena del amor de Dios, cubriendo cada espacio, cada gesto, cada pensamiento, cada deseo, cada acción. Es nuestro Creador siendo todo en todo. Según el Padre Héctor López, Párroco de la comunidad San Pedro Apóstol, la santidad implica vencer la tristeza, la amargura, el orgullo y la soberbia. “Es sanar heridas y rencores, es practicar la misericordia”, dijo el presbítero. Este llamado del Señor es ser puentes o canales del amor y la misericordia de Dios. En sus manos, sus pies, su voz y es un deber de todos, aunque no seamos de los que suben a los altares para su veneración.
Dificultades
Para el padre Héctor, vivimos en un mundo de competencias desleales, de ganancias corrompidas, de injusticias, de elogio al que hace trampa, todo eso está mal. Es por ello, que, en la cotidianidad, “el cristiano debe ser diferente. Eso implica remar contracorriente. Para ser santos hay que vencer el mundo”.
Propuestas
El padre Jony Murillo, párroco de la comunidad San José de la Montaña, en el barrio Buenos Aires de esta capital, opina que “La santidad es llevar cada día el recuerdo de lo que implica la vocación: Llamada, respuesta y entrega. Eso se alcanza con una vida guiada por el Espíritu Santo y no por los apetitos desordenados de la carne”, acotó. Una vida en el Espíritu conlleva mucha y ferviente oración; encuentro constante y orante con la Palabra de Dios. Una auténtica vida sacramental; descubrir a Dios presente en cada cosa, en cada acontecimiento, en cada persona; es decir, tener sensibilidad espiritual. Ser dócil al amor de Dios, ser el amor de Dios. Es importante recordar las palabras del Papa en “Gaudete et Exultate“, que en el numeral seis indica “No pensemos solo en los ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque «fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente.
Comunión
En cada Eucaristía dominical proclamamos en el Credo con una voz común, con fuerza, unidos a los demás creyentes: “Creo en la comunión de los santos”, pero muchas veces no nos detenemos a pensar qué significa esa expresión. Para entender de una mejor manera esta afirmación, es importante remitirse al magisterio de la Iglesia. Los santos, son los miembros de la Iglesia que alcanzaron la meta, la victoria, y están en el cielo. Después de haber vivido, están finalmente en la presencia de Dios. Aquí no hay llanto, vacío, ni dolor. Son aquellos que han alcanzado la santidad. Recordemos que los que militan dentro de esta comunidad, son todos aquellos que aún en este mundo, están llamados a hacer la voluntad de Dios. ¿Cuál es esta voluntad? Que Cristo Jesús sea el propósito de su vida y anunciar la Buena Nueva: Que Dios dio a su único Hijo para salvarnos.