Hoy el camino cristiano que recorre como hermosas estaciones de forzada parada, el tiempo de la Pascua, se detiene en una de las más extraordinarias páginas de Lucas, la de Emaús, que se ha convertido en un gran símbolo de quienes se preguntan ¿Dónde encontrar a ese que ustedes anuncian y que dicen que está resucitado? La trama de este Cristo resucitado la extiende Lucas sobre una especie de partitura o escenas de cuatro tiempos o actos. El primero (vv.13-18) es cuando entran en escena dos actores, los dos discípulos, Cleofás y otro cuyo nombre no se dice.
Están “en camino”, discutiendo sobre todo lo que había pasado, hace suponer que igual van con el rostro triste y desencajado por la desilusión. De repente aparece un tercer acompañante que se une no sólo al camino sino también en la discusión. Así entramos en la segunda escena (vv.19-24), aquellos que van casi al borde de la incredulidad, reciben un anuncio, ante sus propias expectativas fallidas: “un hombre poderoso en palabras y obras” en quien creíamos, ha sido un fracaso “nuestros sacerdotes y nuestros jefes lo crucificaron” y ya en el colmo de su desilusión cuentan además el chisme de una mujeres “vinieron a decirnos que habían tenido una visión de ángeles”.
Todo está dado para la gran cumbre de la narración, es la escena tercera (vv. 25-27). El acompañante que hasta el momento les había escuchado atentamente, revisando de memoria las Escrituras, les propone ahora a ritmo de los pasos hacia Emaús el Credo cristiano. Allí ante sus palabras algo se suscita en el corazón de los peregrinos de Emaús, que hasta el momento había estado por apagar la llama de la fe, se vuelve a encender y “arde”. Pero la meta es llegar a Emaús, el cuatro momento está en (vv.28-35), que será también la meta espiritual a la que el evangelista nos quiere llevar a todos.
Los gestos de la última Cena celebrada por Jesús antes de morir: “Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”, parecen de nuevo en la mesa en la que junto al desconocido se han sentado ya que la tarde ha caído, y allí ante el pan eucarístico fraccionado “sus ojos se abrieron y lo reconocieron”. “Reconocer” en la Biblia como sabemos es el verbo de la fe. La chispa que había comenzado a “arder” por el camino a Emaús es ahora un incendio que devora el bosque de la incredulidad. En verdad, el peregrino que les acompañaba era “el Señor” y sólo lo reconocieron al partir el pan. De inmediato “parten sin demora a Jerusalén para contar lo sucedido. ¡Aleluya!