La Misericordia infinita de Dios quiere que al final de esta semana, la Arquidiócesis de Tegucigalpa cuente con un nuevo arzobispo: Monseñor José Vicente Nácher Tatay, CM. Mientras pensaba en que escribir en la columna de esta semana, me debatía entre escribir algo sobre el señor cardenal, en unos días, Arzobispo Emérito de esta Arquidiócesis, la cual le debe mucho más de lo que nuestros ojos alcanzan a ver; o bien, escribir sobre el nuevo arzobispo. Del cardenal se debe escribir con mucha calma, porque su historia será escrita con pluma dorada, aunque a ratos la tinta saque sangre por todo el daño que le han hecho en los últimos años aquellos que entienden de ideologías pero no de verdades.
Monseñor José Vicente, aunque español de origen, valenciano para ser más precisos, ha servido en este país durante casi 23 años. Si consideramos que ha sido sacerdote 32 años tenemos que admitir sencillamente que es un hondureño más, que aunque tenga una licencia en sociología y otra en teología, lo que más ha sabido hacer es servir al Pueblo de Dios. Llamémosle, sociología teológica o teología sociológica. En lenguaje llano, según el testimonio de aquellos a los que ha servido: un sacerdote, misionero por los cuatro costados y cercano con la gente, como pocos. Es el segundo arzobispo que tendrá Tegucigalpa procedente de la Congregación de la Misión. Simpáticamente en Honduras nos acostumbramos a llamarles “paulinos”, cuando realmente son “vicentinos”, “paúles” o bien “la- zaristas”.
Después de 3 arzobispos salesianos, el Santo Padre siguiendo sin duda la voz del Espíritu, nos regala un arzobispo paúl. Él mismo ha admitido que conoce muy poco de la realidad pastoral de Tegucigalpa y sin duda no es lo mismo tra- bajar en Puerto Lempira que en el Pantanal u Orica, pero viendo su sencillez y su corazón, que es un poco más grande que su cuerpo, no dudo que en pocos días habrá captado esta realidad nuestra y con paciencia, pero con firmeza, empuñará las riendas de esta barca que durante 30 años sostuvo nuestro querido arzobispo emérito. No será fácil para Monseñor Nácher y no lo será para nosotros. Pero esa es la belleza de la Iglesia, en la que no hay eternidades en las responsabilidades pastorales, pero el Corazón Eterno del Buen Pastor nos une a todos los que queremos servir al Santo Pueblo Fiel de Dios. Algunos me han preguntado si yo conozco el “plan de gobierno” de Monseñor Nácher. La verdad no sé si lo tiene a la manera mundana con la que todos queremos reducir las cosas. Lo que sí tengo claro es que lo que quiere es escuchar y servir.
Eso es suficiente para ser pastor cuando al primero que se escucha es a Dios Padre y al primero que se sirve es a Dios hecho realidad concreta en el rostro de los que sufren. Hace 26 años, en mi caso, prometí obediencia a mi obispo y a sus sucesores. Estoy seguro que mis hermanos sacerdotes y yo, haremos todo lo posible con cumplir con lo que prometimos.