Escalar El Monte Everest y llegar hasta el cielo para encontrarnos con Dios, demanda exactamente lo mismo: esfuerzo, constancia y perseverancia.
Ronald Quintero, el hondureño que recientemente llegó al pico más alto del mundo, tuvo que escalar más de 8,800 metros de altura, mismos que le demandaron una gran resistencia física y mental. Tuvo que salir de su zona de confort y hacer de su vida una práctica de ejercicios intensos que le dieran las habilidades técnicas para vivir esta gran aventura. Y aun con más de diez años de experiencia en el rubro del alpinismo, durante el proceso de esta escalada, más de alguna vez se deslizó por las grietas de hielo, su respiración se vio retada por el tremendo esfuerzo físico y las bajas temperaturas. Incluso, en el camino hubo situaciones que se salieron de su control, como el hecho de que se le rompiera el guante y casi perder un dedo por hipotermia. Y, aun así, en medio de los desafíos y sacrificios que solo Dios y él conocen de su travesía, logró llegar a la cima.
Como cristianos, llegar al cielo nos demanda salir de nuestra zona de confort y que hagamos de nuestra vida una intensa práctica de los mandamientos. Y esto no significa que no vamos a caer en el proceso, aun así, tengamos una basta experiencia al servicio de Dios y su iglesia. Esto no implica que no vamos a tener que enfrentar retos o tribulación. Sin embargo, Dios nos invita a no desmayar y nos promete ser nuestra fuerza en la debilidad (Isaías 41, 10).
El camino de la santidad es personal, y seguramente al igual que Ronald Quintero, solo Dios y vos sabrán cuánto ha de costar cada paso del camino. Pero la dosis perfecta para no desistir, será siempre cederle el control de nuestras vidas, recordar su sacrificio de amor y su promesa de compañía y fortaleza en nuestra escalada espiritual. Perseverar en ello es lo que finalmente nos permitirá dejar una huella santa en el mundo, y llegar hasta el cielo para encontrarnos cara a cara con Dios.
