María, mujer de esperanza

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Por Adela Flores

El Adviento se conoce como un Tiempo de espera. Pero ¿qué esperar? ¿cómo esperar? Estas preguntas tienen respuesta solo a la luz del personaje principal del Adviento: MARÍA.
Sí, ella, la Madre de Jesús, la Mujer de la Esperanza, la Madre de la Dulce Espera. María, la mujer prefigurada en el libro del Génesis de quien se dice que su linaje aplastará la cabeza de la serpiente (Cfr Gn 3, 15); la predestinada por Dios para ser un enlace entre él y la humanidad; canal perfecto y sin mancha para llevar a cabo la redención del género humano, ella es quien nos presenta a Dios hecho hombre.

La que espera sin desesperar
María, la elegida por Dios para que su Hijo Jesús llegara a nosotros, al ser visitada por el arcángel Gabriel, no dudó ni un segundo en dar su sí para que se cumpliera en ella la voluntad del Padre. Se entregó plenamente, como esclava al Señor (cfr. Lc 1, 38). Y así comenzó la espera de aquel que sería el Salvador de la humanidad. Ella esperó silenciosa, obediente, servicial, orante, pobre –en lo material–, lo que ante los ojos del mundo la hacían pequeña e insignificante; sin embargo, fue una espera fuerte y valiente, a la vez llena de paz, expectante de lo que crecía en su vientre, con la mirada en su interior, ya que “todo lo guardaba en su corazón” (Lc 2, 19). Ella escuchaba, observaba atentamente y meditaba en su corazón inmaculado,
lo que ocurría a su alrededor.

Su espera estuvo llena de fe, sin la que no habría podido ser plenamente fiel a la misión que le fue encomendada. En su respuesta no hubo una pizca de duda ante las palabras del ángel en el momento de la Anunciación. Y como diría San Agustín: “Ella concibió creyendo a quien alumbró creyendo”.

María también se llenó de esperanza, pues siendo Virgen, confió no solo en las palabras del arcángel, sino también en José, con quien pudo ser plenamente esposa y virgen.

Su espera fue también con caridad, entregándose completamente a los demás. Lo vimos cuando viajó para servir a su prima Isabel, al enterarse de su avanzado embarazo (Cfr Lc 1, 39-56); al entregar a su Hijo a la humanidad, no se lo guardó para sí misma al ponerlo en una pesebrera, y mucho menos al momento de la cruz.

La Navidad es normalmente la temporada en que es más reconocida la maternidad de la Virgen María; pero en realidad, es el Adviento el tiempo más mariano del año. Es un tiempo para ayudar a María embarazada, a llegar a Belén.

¡Aprovechemos para esperar como María y con María, la venida del Niño Jesús!

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