“Ven, Espíritu Santo, recuérdame a Jesús, ilumina mi corazón”

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Y hoy, también buena fiesta, porque se celebra la solemnidad de Pentecostés. Se celebra la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, que tuvo lugar cincuenta días después de la Pascua. Jesús lo había prometido varias veces. En la liturgia de hoy, el Evangelio recoge una de estas promesas, cuando Jesús dijo a los discípulos: “El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). Esto es lo que hace el Espíritu: enseña y recuerda lo que Cristo dijo. Reflexionemos sobre estas dos acciones, enseñar y recordar, porque así es como Él penetra nuestros corazones con el Evangelio de Jesús.

En primer lugar, el Espíritu Santo enseña. De este modo nos ayuda a superar un obstáculo que se presenta en la experiencia de la fe: el de la distancia. Él nos ayuda a superar el obstáculo de la distancia en la experiencia de fe. De hecho, puede surgir la inquietud de que hay mucha distancia entre el Evangelio y la vida cotidiana. Jesús vivió hace dos mil años, eran otros tiempos, otras situaciones, y por eso el Evangelio parece ya anticuado, parece inadecuado para hablar a nuestro hoy con sus exigencias y sus problemas. También se nos plantea esta interrogante: ¿qué puede decir el Evangelio en la era de Internet, en la era de la globalización? ¿Cómo puede impactar su palabra?

Podemos decir que el Espíritu Santo es especialista en acortar las distancias, Él sabe acortar las distancias; nos enseña a superarlas. Es Él quien conecta la enseñanza de Jesús con cada tiempo y cada persona. ¡Con Él, las palabras de Cristo no son un recuerdo, no! ¡Las palabras de Cristo por la fuerza del Espíritu Santo cobran vida, hoy! El Espíritu las hace vivas para nosotros. A través de la Sagrada Escritura nos habla y nos orienta en el presente. El Espíritu Santo no teme el paso de los siglos, sino que hace que los creyentes estén atentos a los problemas y acontecimientos de su tiempo. De hecho, cuando el Espíritu Santo enseña, actualiza, mantiene la fe siempre joven. Nosotros corremos el riesgo de hacer de la fe una cosa de museo: ¡Es el riesgo! Él en cambio la pone en sintonía con los tiempos, siempre al día, la fe al día: este es su trabajo. Porque el Espíritu Santo no se ata a épocas o modas pasajeras, sino que trae al presente la actualidad de Jesús, resucitado y vivo.

¿Y de qué manera el Espíritu realiza esto? Haciendo que recordemos. Aquí está el segundo verbo, re-cordar. ¿Qué quiere decir recordar? Re-cordar significa traer de vuelta al corazón, re-cordar. El Espíritu trae el Evangelio de vuelta a nuestro corazón. Ocurre como con los Apóstoles: habían escuchado a Jesús muchas veces, pero lo habían comprendido poco. A nosotros nos sucede lo mismo. Pero a partir de Pentecostés, con el Espíritu Santo, recuerdan y comprenden. Aceptan sus palabras como si hubiesen sido específicamente para ellos, y pasan de un conocimiento externo, un conocimiento de memoria, a una relación viva, a una relación convencida y alegre con el Señor. Es el Espíritu el que hace esto, el que pasa del hecho de “haber escuchado acerca de él” al conocimiento personal de Jesús, el que entra en el corazón. Así es como el Espíritu cambia nuestra vida: hace que los pensamientos de Jesús se conviertan en nuestros pensamientos. Y esto lo hace recordándonos sus palabras, llevando al corazón, hoy, las palabras de Jesús.

Hermanos y hermanas, sin el Espíritu que nos recuerda a Jesús, la fe se vuelve olvidadiza. Tantas veces la fe se transforma en un recuerdo sin memoria. Por el contrario, la memoria es viva y la memoria viva nos la da el Espíritu. Y nosotros – tratemos de preguntarnos – ¿somos cristianos olvidadizos? ¿Quizás basta una adversidad, un cansancio, una crisis para olvidar el amor de Jesús y caer en la duda y en nuestro miedo? ¡Ay! Estemos atentos a no convertirnos en cristianos olvidadizos. El remedio es invocar al Espíritu Santo. Hagámoslo a menudo, especialmente en los momentos importantes, antes de las decisiones difíciles y en situaciones no fáciles. Tomemos el Evangelio en la mano e invoquemos al Espíritu. Podemos decir: “Ven, Espíritu Santo, recuérdame a Jesús, ilumina mi corazón”. Esta es una bella oración: “Ven, Espíritu Santo, recuérdame a Jesús, ilumina mi corazón”. ¿La decimos juntos? “Ven, Espíritu Santo, recuérdame a Jesús, ilumina mi corazón”. Luego, abrimos el Evangelio y leemos un pequeño pasaje, lentamente. Y el Espíritu lo hará hablar a nuestras vidas.

Que la Virgen María, llena del Espíritu Santo, encienda en nosotros el deseo de orarle y de acoger la Palabra de Dios.

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