Un Llamado a servir, no a hacer carrera 

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En la vida sacerdotal, uno de los mayores peligros es caer en la tentación de buscar títulos, cargos o reconocimiento. Sin embargo, el llamado al sacerdocio no es una invitación a hacer “carrera” dentro de la Iglesia, sino un llamado a servir con humildad en cada tarea pastoral que se nos encomiende. Como sacerdotes, estamos llamados a ser pastores, no protagonistas, y nuestra misión es sencilla pero profunda: llevar las almas a Cristo mientras santificamos nuestra propia vida en el proceso.  

El Sacerdote es un Siervo, no un Administrador de Poder 

Desde el momento en que somos ordenados, el sacerdocio nos invita a una vida de servicio, siguiendo el ejemplo de Cristo, quien “no vino para ser servido, sino para servir” (Mt 20, 28). El sacerdote no está llamado a acumular títulos o cargos, sino a desgastarse por su rebaño, sin importar la posición o lugar donde se encuentre. No se trata de buscar honores, sino de humillarse y tomar la cruz diariamente, sirviendo en las parroquias, comunidades y lugares a los que somos enviados. 

El Papa Francisco ha hablado en múltiples ocasiones contra el “carrerismo” dentro de la Iglesia, advirtiendo que este fenómeno convierte el sacerdocio en una especie de “profesión” donde se buscan reconocimientos, ascensos y títulos. En lugar de eso, el Papa insiste en que el sacerdote debe estar al servicio del pueblo de Dios, sin pretensiones ni ambiciones personales. La verdadera grandeza del sacerdocio radica en la capacidad de olvidarse de uno mismo para que Cristo brille a través de nosotros. 

Llevar las Almas a Cristo: Nuestra Única Misión 

El sentido profundo del sacerdocio se encuentra en llevar las almas a Cristo. Cada tarea pastoral, cada predicación, cada confesión y cada acción en nuestra vida ministerial debe estar dirigida a este fin: ayudar a los fieles a encontrar a Jesús. Los títulos o cargos dentro de la Iglesia son secundarios, herramientas que pueden servir al bien común, pero nunca el objetivo final. 

El sacerdocio es una llamada a la santidad personal a través del servicio. Al santificarnos en nuestro ministerio, permitimos que Cristo actúe en nosotros para transformar a los fieles que acompañamos. No necesitamos reconocimiento, sino la satisfacción de saber que estamos cumpliendo la voluntad de Dios en cada lugar y en cada tarea que nos toca desempeñar, por pequeña que parezca. 

Sanar Nuestra Ambición a Través de la Humildad 

La tentación de buscar poder o reconocimiento no es nueva, ni exclusiva del sacerdocio. Los propios apóstoles discutían sobre quién sería el mayor en el Reino de los Cielos (Mc 9, 34). La respuesta de Jesús fue clara: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 35). Esta enseñanza es un recordatorio constante de que la única promoción verdadera en el Reino de Dios es la promoción hacia la humildad y el servicio desinteresado. 

El sacerdocio no es un camino de prestigio ni de poder, sino de entrega radical al Evangelio. Estamos llamados a llevar la cruz, no el cetro; a servir, no a dominar; a guiar a otros hacia Cristo, y no hacia nuestra propia gloria. 

 
Como sacerdotes, estamos llamados a vivir en el espíritu de Cristo Siervo. Nuestra misión no es buscar reconocimientos o ascensos dentro de la estructura eclesiástica, sino servir con amor y humildad en cada tarea pastoral que se nos confíe. No hacemos carrera, sino que seguimos los pasos de Aquel que nos llamó a perder nuestra vida por Él y por los demás. En la medida en que santificamos nuestra vida a través del servicio, hacemos presente a Cristo en el mundo y ayudamos a que más almas lleguen a Él. 

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