Reflexión | VI Jornada Mundial de los Pobres

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

El Santo Padre, Papa Francisco, instituyó hace seis años, la Jornada Mundial de los Pobres, con la intención de centrar en el penúltimo domingo del año, nuestra mirada en las necesidades de aquellos hermanos nuestros que por su situación viven en condiciones verdaderamente infrahumanas. La fecha, mejor, la ocasión en la que se celebra esta jornada es más que sugestiva dado que está por terminar el año litúrgico y es absolutamente necesario que el carácter celebrativo de nuestra fe, no derive en un pietismo, pasivo, sin compromiso.

La Iglesia, si es realmente cristiana, debe ocuparse de buscar el bien de los pobres, sin caer en un asistencialismo, que lo único que pudiese acarrear es una dependencia que podría terminar paralizando las iniciativas que cada uno, personalmente y como miembro de una comunidad, debe tener, debe emprender para superar su situación de indigencia, de pobreza. Alguno ha escrito por ahí, con un criterio completamente sesgado y por demás intencional, que el Papa instituyó esta jornada, porque en la Iglesia se estaba enfriando el espíritu samaritano y se estaba dejando de lado el cuidado de los pobres.

Insisto, no solo es tendenciosa esa aseveración sino hasta ridícula. La opción preferencial por los pobres, cuya concepción moderna tiene su génesis en América Latina, es una opción, pero no es negociable. O somos una Iglesia Samaritana o no somos la Iglesia de Cristo. No se trata aquí de sacar a luz las estadísticas de las innumerables iniciativas que a nivel de las parroquias, pequeñas comunidades, grupos y diócesis, se desarrollan ya sea de manera institucional o por iniciativas particulares por servir a nuestros hermanos más postergados.

Lo nuestro no es un asunto de un domingo al año, pero un domingo al año queremos hacer visible y concreta esta acción samaritana. Como bien lo señala el lema de esta Jornada: “Jesucristo se hizo pobre por ustedes” (cf. 2 Co 8,9), tenemos que reconocer que si creemos en Cristo, servimos a los pobres y creemos en que este mundo nuestro puede y debe ser mejor. Creemos que la pobreza puede desaparecer si la solidaridad y la fraternidad se cultivan en todos los ambientes. El Papa ha subrayado en su mensaje los efectos devastadores de la guerra, con la mirada puesta en Ucrania pero más allá.

Nosotros aquí también vivimos una guerra de baja intensidad pero que produce muchos pobres. Enfrascados como estamos en los “dimes y diretes” de aquellos que embriagados de poder o deseosos de beber de esas mieles, se ocupan únicamente de favorecer a los suyos y tienen en sus labios la palabra “pobres” como una muletilla o como una excusa. Somos el país más pobre de toda la América hispana y esto no es un asunto de estadísticas sino un asunto de vergüenza. Nuestro país es un país empobrecido, manipulado y controlado por los corruptos de ayer y de hoy, qué entienden de retórica y algo de oratoria, pero que no saben de sentido y de bien común.

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