
Debo admitir que estas líneas que ahora escribo son las más difíciles que he escrito en esta columna que pasa ya de 16 años. No es una dificultad material sino meramente anímica. La pascua del Papa Francisco me ha golpeado muchísimo. Lo siento como si hubiera perdido un familiar, que, aunque lejano, estábamos en comunicación todos los días. No pretendo en este espacio hacer el “balance” del pontificado del Papa. No es el momento y de eso nos ocuparemos en los días que siguen. Además, en un espacio como este lo único que podría decir con absoluta certeza es que fue un pastor según el Corazón de Dios. Francisco no dejó nunca de ser el cura jesuita que enseña a Cristo y que lo único que tiene en los labios, en el corazón y en las manos es a Cristo. De hecho, una de sus charlas más bellas y que ahora recuerdo con profunda emoción era aquella que dirigió a las universidades pontificias cuando les invitaba a cuidar el triple lenguaje: el de la mente, el del corazón y el de las manos. No se trata, nunca debe serlo, de crear eruditos, personas con mucha ciencia, pero sin conciencia y consciencia. Yo le he llorado mucho al Papa, pero al mismo tiempo me he reído mucho, recordando las ocasiones en que pude encontrarle y sentir los llamados de atención que venían con sus bromas. Quiera Dios que los que disfrutamos de estos 12 años de pontificado nos quedemos con lo que realmente fue y no con lo que los “tabloides” quisieron vendernos con una visión ideologizada, inmadura e interesada. Los sesgos con que se rodea la figura de un dirigente, del tipo que sea, quedan extraordinariamente magnificados con un Papa y con un Papa como Francisco, infinitamente más. No lograron encasillarlo. Lo intentaron. Intentaron reducirlo a una tendencia a un “ala” de la Iglesia. Así que se toparon y sufrieron los de la izquierda cuando hacía cosas de derecha y los de la derecha cuando hacía cosas de la izquierda. Pero, el problema es que él era del evangelio. Nada más. Por eso, más allá de instrumentalizar su muerte, compararlo y aprovecharse de dividir más a la Iglesia, es pérdida de tiempo. Estoy muy de acuerdo con lo que platicaba también con alguno de los señores obispos y con el señor Nuncio Apostólico, el mundo necesita una autoridad moral de la talla del Papa Francisco. Cómo corren los tiempos no podemos menos que rogar a Dios que nos regale un Papa, que seguramente lo hará, que responda a los retos que el mundo enfrenta, desde el evangelio, desde la única Verdad que es Cristo. La Iglesia, experta en humanidad, debe contribuir a humanizar más nuestro mundo, a que no se pierda la lucha por la dignidad de la persona humana, de cada persona y de toda persona. Lo extrañaremos, Santo Padre. Ruegue a Dios que sepamos honrar su memoria, viviendo como Cristo, amando como Cristo, sirviendo como Cristo.