Reflexión | Bancas vacías

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Todos los años, como buen católico hondureño que soy, espero con ansias la Fiesta de Nuestra Señora de Suyapa. Igualmente, desde que soy sacerdote siempre me han pedido los señores párrocos del Santuario Nacional, que presida la misa de 7:00 de la mañana.

Les prometo que es uno de mis mayores gustos durante todo el año. En algunas ocasiones he debido ceder a ese regalo de la Misericordia de Dios porque me ha correspondido acompañar a grupos de hondureños que viven fuera del país pero que igualmente celebran de corazón y con mucho amor a la Virgencita más guapa. Este año volví a celebrar esa Santa Eucaristía pero con la peculiaridad que me tocó predicarle a una Basílica prácticamente vacía. Fuera del hermano que cantó la Misa y de los servidores del Santuario, sumábamos solo 6 personas.

Sinceramente espero que nunca más se repita esta situación. Sin embargo, creo que todo esto me lleva a ver nuestra realidad de fe desde otra perspectiva. La Basílica estaba físicamente vacía pero súper llena de amor. Quizás como nunca, estuvo llena de oración, de esperanza, de confianza y abandono en Dios.

Tuve tiempo para presentarle a la “Morenita” la vida de todas las personas que se me han confiado y sobre todo de los enfermos. Ofrecí la Misa ese día por el señor Cardenal porque estaba cumpliendo 28 años como Arzobispo y porque sabía que había estado un poco delicado de salud. Que él se perdiera la Misa de Suyapa, no era algo que fácilmente podría permitirse. Su amor a la “Morenita” es tan grande como su corazón de pastor.  Menos de 24 horas después de aquella Misa recibo la noticia de que mi padre, maestro y pastor estaba contagiado con COVID-19. Admito que el corazón se me hizo chiquito. Se me vino a la mente que él durante toda mi crisis por la enfermedad no dejó de llamarme un tan solo día.

Él me sostuvo en la esperanza. Me animó y sé que me tuvo en sus oraciones… sobre todo en el sacrificio de la Santa Misa, me recordó cada día. Ahora, como hijo, no es una obligación sino una deuda de amor el poder orar por él. Lo haré cada día en la misa y también con el rezo del Santo Rosario. Siempre, cada día le tengo en mis oraciones y estoy seguro que Dios velará por él.

El pastor con olor a oveja necesita de nuestras oraciones. Así que aquello de las bancas vacías tiene todavía mucho más sentido. Mientras no se vacíe nuestro corazón y nuestra esperanza todo puede, todo debe ir a mejor. El próximo año aquellas bancas que yo contemplé vacías espero que verlas llenas. Mejor aún… estoy seguro, esa es mi fe, que no veré bancas pero sí miles de rostros agradecidos con Dios y con la “Chiquita y Milagrosa”.

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