Palabra de vida |“Hijo, tú estás siempre conmigo…”

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La Buena Nueva de nuestro Señor Jesucristo, este domingo está tomada siempre del evangelista San Lucas, se puede llamar a este capítulo 15, un auténtico “minievangelio de la misericordia o de la alegría del perdón”.

En efecto, es la parábola del hijo que regresa y de un padre que se ofrece toda compasión y oportunidad de volver a ese que se había él solo cerrado las puertas del hogar. No se trata de una narración de crisis, sino más bien de acontecimiento de encuentro y de la felicidad de esa oportunidad de encontrar al que se había perdido. Como toda parábola, los personajes y lo narrado invitan a la reflexión fruto del auto análisis, que llama siempre a una conversión y esta no es la excepción.

Es más, el verbo bíblico de la conversión (en hebreo shûb), aquí usado, y que significa literalmente “retorno”, es el cambio de ruta que tiene que hacer el hijo de la parábola, porque recapacitando se ve que extravió el camino, con sus malas decisiones. Por lo tanto, la cumbre de la narración es esa nueva decisión que toma, que le presenta lo fundamental para el presente y sobre todo para el futuro de su vida: “Me levantaré e iré a mi padre”.

Con la mejor escenografía de las parábolas narradas por Lucas, aparece el elemento especial que nos lleva al espiritual. Ya que en el centro de toda la parábola, está en casa este personaje que domina la escena: un padre que espera sin perder la esperanza, sin tregua a la desesperación por el hijo que se fue. Este padre jamás lo desterró de su corazón y nunca le contó la cantidad de sus delitos, sino que los borró de su memoria y le esperaba siempre. Todo contrasta incluso con el hermano mayor del que se fue, que no puede alegrarse como el padre, por su vida hecha toda de egoísmo y egocentrismo.

La parábola evidencia como el amor puede producir vida y esperanza, porque brota de un corazón siempre abierto al perdón y generoso hasta más no poder. La victoria del amor, para nuestro tiempo es la invitación de esta parábola que busca animar hoy a todo cristiano para que luche por hacer que prevalezca en este mundo hecho de odio, rencor y venganza, esa gran dosis de amor que se traduce para el pecador en perdón y misericordia, al gran ejemplo de Dios, quien en Cristo nos ha perdonado a todos. En efecto, en algún momento también extraviamos el camino, y tuvimos la fuera para volver y pedir mil veces perdón. Bendito sea Dios, que perdona y olvida nuestras deudas.

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