Monseñor Santos: 20 años de presencia eterna en el corazón de la Iglesia

Fue un pastor incansable, un formador de generaciones, fundador de congregaciones, impulsor de obras eclesiales y fiel servidor del Evangelio

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Participó activamente en el Concilio Vaticano II, lo cual marcó su visión pastoral abierta y renovadora. Bajo su guía, florecieron movimientos eclesiales, se fortaleció la Radio Católica, se impulsaron las vocaciones y se establecieron las Comunidades Eclesiales de Base.

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- A dos décadas de su partida, la figura del cuarto Arzobispo de Tegucigalpa, Monseñor Héctor Enrique Santos Hernández, sigue iluminando el caminar de la Iglesia Católica en Honduras. Su legado trasciende el tiempo, no solo por sus obras visibles, como su aporte en la fundación de la Universidad Católica, el Seminario Mayor y la Congregación de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón, sino por el testimonio de vida que dejó en miles de corazones.

Trayectoria

Nació el 17 de agosto de 1916 en Antigua Ocotepeque, en el seno de una familia humilde. Ordenado sacerdote en 1947, fue Obispo de Santa Rosa de Copán entre 1958 y 1962, donde fundó el Colegio Domingo Savio. Ese espíritu educador, heredado de su cercanía con los Salesianos, lo acompañó toda su vida. En 1962 fue nombrado Arzobispo de Tegucigalpa, cargo que desempeñó por más de tres décadas, hasta 1993.

Legado

Participó activamente en el Concilio Vaticano II, lo cual marcó su visión pastoral abierta y renovadora. Bajo su guía, florecieron movimientos eclesiales, se fortaleció la Radio Católica, se impulsaron las vocaciones y se establecieron las Comunidades Eclesiales de Base. Fue también impulsor del movimiento de Cursillos de Cristiandad en el país. Entre sus obras más entrañables, está la fundación de la Congregación de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús.

La Hermana Superiora Lesbia Perea lo recuerda con gratitud al decir “Monseñor fue un hombre intrépido, soñador, que veía el futuro. Él sentía compasión por la gente que tenía sed de Dios y no tenía quien les enseñara. De ahí nació su deseo de formar catequistas bien cimentados en la fe”. Monseñor Héctor Enrique era un hombre de oración, de una piedad profunda pero también de gran sencillez. Su cercanía con la gente era inconfundible. Cuentan que tenía un gran sentido del humor.

Si veía a alguien muy alto le decía: “¿Cómo se ve el cielo desde ahí?”. El Cardenal Óscar Andrés Rodríguez, su discípulo cercano, lo describió con palabras que aún conmueven: “Él fue en todo momento mi gran maestro, mi padre. El día que murió, recé el Santo Rosario con él. Al concluir el quinto misterio, se durmió dulcemente en el Señor. Monseñor está con nosotros, vive perennemente en el recuerdo agradecido de esta Arquidiócesis”.

Monseñor Santos falleció el 10 de mayo de 2005. Tenía 88 años. Su cuerpo reposa en la Basílica de Suyapa, pero su espíritu permanece vivo en cada obra, en cada vocación que alentó, en cada corazón que tocó.

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