Santa Teresita del Niño Jesús exclamó en cierta ocasión que “La Virgen sonríe, ante nuestra buena voluntad” y a la vez confesó que cuando ella rezaba el Rosario, “me da vergüenza confesarlo, pero me cuesta más que ponerme un instrumento de penitencia… ¡Siento que lo rezo tan mal! Por más que me esfuerzo por meditar los misterios del rosario, no consigo fijar la atención… La Santísima Virgen me demuestra que no está disgustada conmigo. Nunca deja de protegerme en cuanto la invoco”.

Esta expresión se repite en un episodio de las apariciones de Nuestra Señora de Fátima, el relato indica que “El día 14 de febrero, las niñas insistieron en que les dieran permiso para regresar a la gruta. Todos pensaban que lo que le había pasado a Bernardita era un engaño del demonio, y entonces le dijeron que fuera a la gruta y rociara agua bendita. Así huiría el demonio y se quedarían tranquilos. Cuando llegaron a la gruta, Bernardita les pidió que se arrodillaran a rezar el Rosario. Apareció de nuevo la Virgen. El rostro de Bernardita se transfiguró. Esta tiró el agua bendita y dijo: “Si vienes de parte de Dios, acércate a nosotras”. El agua bendita llegó hasta los pies de la Virgen y sonriendo con mas dulzura se acercó a Bernardita. Tomó el rosario y se persignó con el. Empezaron ambas a rezarlo”.

En muchos lugares, se erigen imágenes de Nuestra Señora sonriendo. Algunos autores afirman que “la sonrisa es algo que atrae, nos acerca a quien sonríe. Se ha dicho que la sonrisa es la distancia más corta entre dos personas. Por eso, en las imágenes de la Virgen esa sonrisa añade un atractivo, no sólo plástico sino también espiritual, un carácter más maternal a la imagen. Porque lo primero que enseña una madre a su hijo recién nacido no es a hablar, sino a sonreír. Cuando una madre se inclina sobre la cuna de su hijo y le sonríe embelesada, el bebé responde con otra sonrisa. Tolstoi llegó a decir que un niño reconoce a su madre por la sonrisa”.

Juan Pablo II en su Carta a las mujeres escribió: “Te doy gracias mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto en una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz”. No es difícil imaginarse a María sonriendo a Jesús y, de hecho, quizá todos lo hemos imaginado en nuestra oración personal, sobre todo en el tiempo de Navidad. Benedicto XVI mencionó en una de sus visitas a la Basílica de Lourdes que “en la sonrisa que nos dirige la más destacada de todas las criaturas, se refleja nuestra dignidad de hijos de Dios, la dignidad que nunca abandona a quienes están enfermos”. Y les animaba con vigor: “¡Volveos a María! En la sonrisa de la Virgen está misteriosamente escondida la fuerza para continuar la lucha contra la enfermedad y a favor de la vida”.

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