Homilía del señor arzobispo para la solemnidad de la Natividad del Señor

“Y el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria” (Mt 1, 18-24)

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Esta es la afirmación fundamental del Evangelio de este día en el que seguimos celebrando el nacimiento de Jesús que no es un mero hecho histórico, sino que es mucho más. Él viene a nuestro encuentro y nos recibe a todos, recibe nuestra condición humana, frágil y limitada. “En el principio ya existía el Verbo”. El término griego, (logos), significa mucho más que Palabra… “Logos” es más bien “sentido”, que se expresa en la Palabra… Habría que traducir mejor que “en el principio estaba sentido”; el sentido de todo… En el principio existía el Amor, Alguien, que sustenta todo y da sentido a todo. En el principio no existía la nada. De la nada, nunca nace nada. En el principio existía alguien, existía el Misterio, el Amor… Este Amor está en el origen de todo. De este amor ha surgido el gran designio del Padre: la Vida. En Navidad celebramos la vida de Dios en nosotros, en cada uno de los que estamos aquí reunidos. ¿Soy consciente de que estoy sumergido en un océano inmenso de amor que me sobrepasa y me rodea por todas partes?

“El Verbo era la luz verdadera que alumbra a todo hombre”. Él, Cristo, es luz interior que alumbra nuestra oscuridad, que alumbra nuestro corazón, con la claridad de su amor. Esa Luz es más fuerte que nuestras tinieblas. “Vino a su casa y los suyos no la recibieron”. No es una metáfora piadosa decir hoy que Dios “vino a su casa, pero los suyos no lo recibieron” ¿Qué quieren decir estas palabras?

Quieren decir que en todos nosotros tenemos la dramática capacidad de poder rechazar el amor; poder elegir el camino que lleva a la vida o el camino en el que podemos malograr nuestra vida; significa también nuestra propia ceguera en la que podemos confundir la luz con la oscuridad. Dios puede no encontrar casa entre nosotros. Tampoco puede encontrar casa, donde domina el hambre, la violencia, la guerra, la mentira y donde predomina la injusticia. Por eso, nos preguntamos: ¿Tenemos un espacio para Dios en nuestra vida cuando Él trata de venir a nosotros? ¿Tenemos tiempo y espacio para Él? ¿No es precisamente a Dios mismo al que rechazamos?

El texto dice: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Es llamativo que el evangelista utiliza el término “carne” en vez de “hombre” (carne en griego es Sarx que significa la condición existencial del ser humano) ¿Qué significa afirmar que la Palabra se hizo carne? Significa que, en Jesús, Dios ha asumido nuestra condición humana frágil, con todas sus debilidades y limitaciones, nuestra vulnerabilidad, tal como hoy la vivimos. Sí, podemos repetir con alegría: “la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.

Celebrar la Navidad es celebrar el Misterio de la encarnación, es celebrar que Dios se atreve a hacerse carne, a hacerse humanidad, a hacerse historia, a tomar sobre sí los desvaríos, las miserias y también en todo lo bueno y bello de los seres humanos. Dios no asumió una humanidad abstracta, sino un ser histórico en Jesús de Nazaret y Jesús conoció personalmente: la sed, la soledad, la traición, las lágrimas por la muerte de un amigo, la alegría de la amistad, las tentaciones y el horror a la muerte. En Jesús, Dios acoge nuestra fragilidad y la impotencia de nuestra condición humana. Esto es profundamente liberador. ¿Seremos nosotros capaces de recibirnos también en nuestra fragilidad y percibir que Él nos recibe justamente en nuestra propia fragilidad humana? El Evangelio termina afirmando: “Hemos contemplado su gloria: Gloria propia del Hijo único del Padre lleno de gracia y de verdad”.

La noción de “gloria” (en griego doxa) designa el resplandor de la vida en Jesús. Notemos que Juan utiliza el plural, quiere decir que es toda la comunidad la que ha contemplado el resplandor de la vida en el Hombre Jesús el Señor. La vida, es más poderosa que la muerte y que nuestros infiernos. Nuestro mundo ha sido visitado definitivamente por Dios en el hombre Jesús de Nazaret y, por medio de Él, Dios dice al mundo y al ser humano: Yo te amo. Y ya en nuestras noches se enciende una luz que no se apaga. Porque la fuerza de la Vida ha triunfado en la mañana de Pascua.

Ese Rostro que destruye la muerte es el del Amor infinito de Dios que ha llegado hasta nosotros. Hoy estamos invitados a abrirnos al Misterio de Dios que ha aparecido en Jesús. Nosotros podemos ver la vida brillar en Él, en esta Fiesta de Navidad. En este día podemos decirle: ¡Ven, Palabra hecha carne! ¡Ven a ser el corazón del mundo renovado por el amor y la misericordia! ¡Ven especialmente allí donde más peligra la suerte de la humanidad! ¡Tú eres “nuestra paz”! (Efe 2, 14).

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