Homilía del Señor Arzobispo para el XXIV Domingo del Tiempo Ordinario

“Si uno de ustedes tiene cien ovejas y se le pierde una...” “Si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una...” (Lc 15, 1-32)

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Las dos parábolas del Evangelio de hoy nos revelan el rostro de Dios que se manifiesta en Jesús. Jesús, al contar estas parábolas, nos está diciendo: Así es Dios, Dios nos ama y cuida así de cada uno de nosotros y de todo ser humano. En la parábola de la oveja perdida resulta llamativo que el pastor deje a las noventa y nueve y se vaya tras la pérdida… ¿Por qué el pastor deja a las noventa y nueve y busca la perdida? Desde el momento en que una se ha perdido, esa absorbe toda la preocupación del pastor. La oveja perdida, ella sola, difícilmente logrará encontrar al pastor. Busca apasionadamente y cuando las encuentra su alegría es grande.

Llama la atención en la parábola el detalle de que el pastor al encontrar su oveja, “la cargue sobre sus hombros”. Cuando se dice que el pastor “carga sobre sus hombros” a la oveja encontrada está expresando una imagen de la vida cotidiana de Oriente. Una oveja perdida del rebaño, se echa agotada en tierra y es imposible hacer que se levante y camine. No le queda al pastor otra solución que llevarla encima, “colocándola sobre sus hombros”.

Así es como el amor de Dios sostiene nuestra vida… Esto refleja, de alguna manera, el “retrato” que Jesús hace de Dios: Dios es solo amor y ternura que cuida de nosotros. Él carga sobre sus hombros nuestra vida. Lo que nos pesa demasiado, nos retiene y nos pierde. El texto del Evangelio dice: “hasta que la encuentra”, esta frase “hasta que la encuentra” indica que la búsqueda de Dios no tiene límites. Las búsquedas de Dios solo terminan con el encuentro. El amor de Dios es obstinado, tenaz, perseverante. Nunca dice: “ya es demasiado”, “ya está bien”.

También hay que subrayar la alegría del encuentro: “Al llegar a casa, reúne a los amigos para decirles: “Felicítenme, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Además, la oveja perdida es la predilecta. El texto griego utiliza el posesivo “mi oveja perdida”; “Felicítenme”, mejor es traducir: “Alégrense conmigo”.

El pastor no puede guardar para sí la alegría del encuentro. Siente la necesidad de comunicarla, de compartirla con los vecinos y con los amigos. En esta parábola Jesús celebra un amor que vence todas las previsiones pesimistas; un amor que no se rinde nunca. El protagonista de la parábola es el pastor que es Dios y su misericordia. En la parábola de la moneda perdida se pone de relieve lo mismo. La mujer no se resigna: revuelve la casa, la barre cuidadosamente, rebusca por todos los rincones, hasta que (como en la parábola del pastor) encuentra la moneda. “Felicítenme, he encontrado la moneda que se me había perdido”.

La preocupación por la moneda perdida, el empeño en buscarla y la alegría de encontrarla reflejan también cómo es el Dios que se nos revela en Jesús. Jesús muestra a un Dios que ama a todos, sea cual sea su conducta y que nos busca siempre… Solamente, el amor de Dios, presente en Jesús, encontrará a los hombres y mujeres perdidos sin remedio. Estas parábolas ponen de manifiesto que el amor incondicional de Dios va más allá de todo lo imaginable. Él toma la iniciativa de salir a nuestro encuentro y de buscarnos (como el pastor y la mujer). Para Él somos valiosos. No somos uno más, cada uno de nosotros somos únicos y Dios nos ama así.

Esta revelación que Jesús hace de Dios es realmente impresionante y que los cristianos no tendríamos que olvidar nunca: por muy perdidos que nos encontremos, por muy fracasados que nos veamos, por muy culpables que nos sintamos, siempre hay una salida; es decir, nadie está perdido nunca en esta tierra. Cuando nos encontramos perdidos, una cosa es cierta: Dios nos está buscando: Dios es alguien que busca precisamente a los perdidos.

En estas dos parábolas se subrayan de manera desconcertante la misericordia de Dios en favor de los marginados y despreciados de aquella sociedad y de la nuestra. La mirada de compasión que Dios tiene sobre nosotros, sobre cada uno de nosotros. Es también la expresión de la ternura maternal de Dios: Dios es compasión y ternura. Estas parábolas descalifican también un mundo dividido en dos frentes: el de los justos, y el de los pecadores.

Un comentarista del Evangelio en los primeros siglos, escribía: “Dios no puede más que darnos su amor”. El Dios de Jesús rompe nuestros esquemas, nuestra lógica, nuestras normas y nuestras costumbres. Su forma de ser y de actuar (revelada en Jesús) pone en entredicho nuestros valores, nuestras visiones y nuestra conducta… Pero, sobre todo, Dios nos revela su amor que nos busca ahí donde estamos (aunque estemos perdidos) y encuentra en nosotros toda su alegría.

Jesús es la mirada del Padre llena de ternura sobre cada ser humano, Jesús es el abrazo del Padre lleno de dulzura sobre todo el que está perdido y roto. En Jesús se nos revela la compasión de Dios sobre el ser humano: en el mundo el que vivimos, en que dos terceras partes de la humanidad pasan hambre, el motivo para trabajar por la justicia es el amor y la compasión por los que sufren. Hoy, tal vez, podemos decirle: “Señor, tú has venido a buscarnos a lo largo de los caminos de nuestras huidas y cuando estamos perdidos. Concédenos contemplar tu rostro de misericordia que nos busca siempre. Danos tu mirada de amor capaz de curar las heridas de nuestro mundo”.

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