Homilía del Señor Arzobispo para el VI domingo del Tiempo Ordinario

“Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: Dichosos los pobres porque de ustedes es el Reino de Dios” (Lc 6, 17-20; 26)

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Jesús ofrece una felicidad a todo ser humano. La felicidad es la aspiración más profunda que llevamos dentro. Dios nos quiere felices. Pero ¿Dónde encontrar la verdadera felicidad? Jesús ofrece en las bienaventuranzas un camino de felicidad.

El texto dice que “Jesús bajó del monte con los doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo”… Jesús deja el monte y desciende al llano y allí, en medio del pueblo y de la sociedad construida sobre los falsos valores de la riqueza, el poder y la injusticia es donde proclama el Reino, la Buena Noticia a los pobres. Jesús ha congregado a toda una multitud que ha puesto su esperanza en Él.

Fue entonces cuando Jesús se dirigió a ellos, entre los que figuraban sus discípulos más cercanos, para anunciarles la gran novedad de que el Reino de Dios les pertenece. El Evangelio de Lucas recoge solo cuatro Bienaventuranzas, en contraposición con Mateo, que pone ocho Bienaventuranzas. Sí, Jesús declara dichosos, felices, a los pobres, a los que pasan hambre, a los que lloran y a los perseguidos…

A todos los que, de una forma u otra, se sienten excluidos, sea por la indefensión, sea por el desprestigio social, sea por sus sufrimientos físicos o psicológicos. Y ser feliz aquí quiere decir: su dignidad es grande, salgan de su pesimismo. Para ustedes es la Buena Noticia del Evangelio. Todos ustedes, los pobres, los excluidos, los descartados, son importantes. ¡Tienen suerte! Pero Jesús proclama dichosos a los pobres, no por el hecho de ser pobres, sino porque ha llegado para ellos el Reino de Dios, es decir, su liberación.

Son dichosos, porque el Reino de Dios les pertenece o porque tienen a Dios por Rey. Jesús no les promete la felicidad: ¡Los declara felices! Dios no quiere la pobreza, ni el hambre, ni el llanto de nadie, pero, aún en lo peor, nadie nos puede arrebatar nuestra dignidad humana y nuestra dignidad de hijos amados. Repito, Dios quiere la felicidad para todo ser humano y esa felicidad es para el presente.

No se trata de una promesa solamente para el más allá, no es que Dios va a compensar los sufrimientos de los pobres y de los que lo pasan mal dándoles un premio en la otra vida; lo que Jesús dice es, que, si dejamos que Dios reine sobre nosotros, seremos felices… A los cristianos se nos suele olvidar que el Evangelio es una llamada a la felicidad y Jesús nos señala el camino que conduce a una verdadera felicidad, que es completamente diferente del que nos señala la sociedad actual.

La verdadera felicidad no está directamente relacionada con el tener mucho. La verdadera felicidad, se encuentra en lo profundo de nuestro ser, ahí donde brilla una misteriosa presencia. La sociedad de la abundancia produce bienestar, pero no felicidad. En los países ricos, las gente no se muere de paludismo o malaria, pero se mueren de vacío, de estrés, de aburrimiento, de desencanto y de desesperanza.

Nuestra sociedad está marcada por la ansiedad y la tristeza. Nuestra sociedad promete ciertamente bienestar, pero no da respuesta al sentido de la vida. Para vivir en nuestra vida el espíritu de las Bienaventuranzas, nuestro corazón necesita arder con un amor singular por aquel que encarna en primera persona las Bienaventuranzas: Jesús.

Es Jesús el pobre que nos muestra a través de su vida, lo que es el Reino. Jesús es el que llora y es consolado por la alegría de realizar el designio del Padre y dar la vida por los que aman. “Dichosos ustedes cuando los odien y los excluyan y los insulten…por causa del Hijo de Hombre. Alégrense en ese día y salten de gozo”.

En medio de la persecución y el dolor, nos hará sentir con fuerza la alegría de una recompensa presente, que se proyecta en un futuro sin término… “Será grande en el cielo”. El cristianismo es esencialmente y sobre todo, la Buena Noticia y la alegría más plena. El Evangelio de hoy, también nos pone de frente el contraste: “Ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo”, este “Ay de ustedes los ricos” es una expresión del dolor de Jesús al percibir a aquellos que apoyan su felicidad en algo efímero; estos “Ay de ustedes los ricos” expresan el fracaso existencial de los que gozan de los bienes de este mundo por infidelidad a Jesús y a los valores del Evangelio.

Estos “Ay de ustedes los ricos” significa también la compasión de Jesús, ya que el rico, a pesar de su apariencia de bienestar es un desdichado, porque es prisionero de su egoísmo. Tal vez por eso habría que traducir en vez de “Ay de ustedes los ricos” “Infelices ustedes los ricos” ya que ellos se cierran las puertas de la felicidad y del amor compartido. Que hoy, vueltos al Señor podamos decirle: Jesús, tú nos repites ahora la palabra que nos conduce hacia una verdadera felicidad. Dinos, ¿Dónde está la fuente de tu alegría?

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