Homilía del Señor Arzobispo para el Domingo XXXI del Tiempo Ordinario

“¿Qué mandamiento es el primero de todos?” (Mc 12, 28-34)

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El escriba pregunta a Jesús por el mandamiento más importante. En aquella época los judíos habían codificado 613 mandamientos. Los maestros de la ley discutían entre ellos, cuáles eran los mandamientos más importantes y cuáles eran los secundarios…A Jesús no le interesaban demasiado las discusiones teóricas…

Jesús responde a esta cuestión con el Shemá (Escucha Israel) que era el credo que todo israelita piadoso recita varias veces al día y que transmiten de padres a hijos: “Escucha Israel: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”…Este amor de Dios significa la adhesión total a Dios…Toma relieve la palabra “todo” colocada cuatro veces en expresiones casi iguales: “con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”…Expresa la radicalidad de la entrega a Dios. Expresa la pasión del amor a Dios. Pero, Jesús no se detiene en la respuesta estricta a la pregunta, sino que añade una segunda parte, en la que une directamente el amor a Dios con el amor al prójimo. “El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

La novedad de Jesús consiste en haber sido el primero en unir ambos preceptos en un único mandamiento. Ciertamente, no significa lo mismo amar a Dios que al prójimo, pero ambas realidades están íntimamente implicadas en nuestra vida cristiana que no podemos amar a Dios sin amar al prójimo y no podemos amar de verdad al prójimo sin antes tener experiencia del amor de Dios, de sentirnos amados y de amarnos a nosotros mismos, haciendo nuestro camino hacia una cierta madurez afectiva. Hoy somos cada vez más consciente de que la crisis del cristianismo en la sociedad, el “eclipse de Dios” (como han llamado algunos) y lo más urgente que necesitamos los cristianos de hoy es la recuperación de la experiencia interior de Dios.

Es como si Jesús nos dijera: Amar a Dios con todas las fuerzas, a Dios dentro del cual viven y que les ama entrañablemente y amar a los demás con el mismo amor, eso es lo primero de todo. El Evangelio de este domingo tiene plena vigencia para nosotros: vivimos demasiado desbordados por mil leyes, presiones y actividades que aprisionan nuestra vida. Nuestros días están llenos de asuntos pendientes, personas a las que ver, proyectos que terminar, llamadas que hacer…Tenemos la impresión de estar dispersos en muchas direcciones; nos sentimos fragmentados…

Nuestra sociedad moderna es una sociedad fragmentada. Necesitamos tiempo para detenernos y para preguntarnos ¿Qué es lo más importante?, ¿Qué es lo esencial en la vida y que la llena de sentido?, ¿Qué es lo que le da sentido? ¿Qué es lo prioritario? La respuesta de Jesús al maestro de la ley sigue siendo válida para nosotros: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.

El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Es como si Jesús le respondiera y nos respondiera a cada uno: Lo único importante es amar. No hay nada más decisivo que amar a Dios con todo el corazón y amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos. El amor es lo que verdaderamente da sentido a nuestra vida. Es la clave de nuestra vida personal y social. La vocación del ser humano es la vocación del amor. Solo el amor nos hace vivir. Nadie puede vivir sin amor: lo que nos salva es nuestra capacidad de amar y de sentirnos amados incondicionalmente. Sin este amor no podemos amar a los otros y sin amor ¿Qué sentido tiene mi vida? Quien nos salva, en definitiva, es quien nos ama de verdad.

Mientras este amor a Dios y al prójimo no alcance la raíz de nuestra vida no habremos descubierto el gozo del Evangelio. En el fondo, sabemos bien que solo el amor entregado, libre de intereses personales y de ansiedades puede colmar nuestra hambre de plenitud. Hoy el Evangelio nos invita a centrarnos en lo esencial, a liberarnos de todo lo que no impide vivir plenamente, es decir, a vivir lo que nos construye, nos humaniza y da sentido pleno a nuestra vida. Lo esencial de nuestra vida está en el encuentro vital con Dios y en poner al Dios de Jesús en el centro de nuestro corazón.

Necesitamos hacer la experiencia interior de Dios, encontrarnos vitalmente con Él y desde Él, salir al encuentro de los otros: Encontrarnos con los hambrientos, los desnudos, los emigrantes, los enfermos, todos los heridos por la vida y tantos que viven en la soledad sin amor de nadie como los ancianos. Santa Teresa de Calcuta decía que la mayor pobreza era la ausencia de amor.

Jesús nos invita a descubrir que lo esencial siempre tiene un rostro: el rostro de alguien, el rostro de Jesús con quien podemos establecer una relación de amor que nos hace salir de nosotros mismos para amar como Él nos ha amado. Nuestra oración hoy puede ser: Señor, que sepamos aceptar el amor que tú nos ofreces siempre, ayúdanos a procurar que quienes nos rodean se sientan amados de verdad.

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