Homilía del señor Arzobispo de Tegucigalpa para el XII Domingo del tiempo Ordinario

“¡Enmudece, tempestad!” (Mc 4, 35-41)

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Jesús increpa con fuerza a la tormenta: “cállate, enmudece”. Los discípulos lo habían despertado y recriminado, “¿no te importa que perezcamos?”. Jesús les responde: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Todavía no tenéis fe?”, en sus preguntas el maestro pone en evidencia la falta de fe de los suyos, y por consiguiente su cobardía. En el fondo lo que se pone en evidencia es la falsa imagen que tienen de Dios. Aún hoy, muchos siguen viviendo como si a Dios no le importara la suerte de las personas. Siguen diciéndole, “despierta Señor”.

Su falta de fe o de adecuada comprensión del misterio de Cristo, les hace sucumbir ante el ruido de las tormentas. En la expresión “sálvanos”, en verdad muchos están diciendo “sálvame”, “resuélveme mi problema”. Expresión de una religiosidad muy incipiente, que precisa madurar a una fe adulta que confía en la persona de Jesucristo, hasta llegar a comprender que Dios nos ama más y mejor que nosotros mismos. Muy interesante el grito de Jesús al oleaje del mar. ¡Cállate! Las aguas marinas en la biblia suelen representar el caos y la amenaza del mal. En su orden, ¡enmudece! y la calma que le sigue se expresa que Jesús es más grande, más fuerte, más santo que toda otra realidad.

En definitiva, nunca lo olvidemos: el bien es más fuerte que el mal. El grito de Jesús a la tempestad, “cállate”, tiene una gran actualidad. En los tiempos de la realidad virtual, ya no importa tanto la verdad de un hecho sino su resonancia mediática. Una de las nuevas amenazas para los pueblos no es tanto un peligro real, sino, aunque no exista, que pueda parecerlo. La mentira, aún sin sustento, cuando se hace frecuente en las redes sociales, toma posesión del pensamiento colectivo, paralizando las mentes y los corazones. Qué oportuno es hoy también este grito: cállate amenaza infundada.

Cuántas personas sufren, incluso enferman, por el ruido del mal, que a veces, insisto, no es nada por sí mismo, pero induce al miedo en la oscura noche de la duda. Se nos recomienda, incluso a nivel emocional, resituarnos en el silencio. El silencio buscado y encontrado es el lugar que posibilita la calma y el reencuentro con nosotros mismos. Pero curiosamente, al comentar un evangelio que nos habla del miedo por falta de fe, hemos de decir que uno de los grandes temores que tenemos es al silencio y a la soledad.

Disculpen la pregunta, los modernos teléfonos, bajo la “promesa” de comunicarnos más con los demás, ¿nos han desconectado de nosotros mismos? Hay personas que no son capaces de apagar nunca el celular, les parece que quedan desprotegidos sin él. Como vemos, se repite el mismo efecto que en los apóstoles: tenían a Jesús con ellos, y seguían teniendo miedo. En definitiva, es lo mismo; falta de fe. El poder del Creador, ¿acaso se lo hemos asignado a una obra de la criatura? Para pensarlo. Conclusión: mejor le bajo el volumen a la tormenta de mensajes, y le subo mi atención al Evangelio.

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