Llegada la hora” así inicia la narración de la Pasión de Jesús según San Lucas. Recordemos el texto de las tentaciones del primer domingo de Cuaresma. El demonio, derrotado, se retiró hasta que llegara para él la hora oportuna. El propio Jesús también hace alusión a “su hora”.
Sirva todo para que esta mañana del domingo de Ramos nos demos cuenta de que no solo ha llegado el tiempo de la Semana Santa, sino que, con ella, se aproxima “la hora”, la celebración definitiva de nuestra vida. Porque la Pascua del Señor no es solo un recuerdo, es una memoria eficaz y real de los hechos más determinantes y esperanzadores de toda la historia: el mismo Dios, toma nuestra condición humana y acepta cargar con nuestras culpas.
Algo admirable e inmerecido, pero cierto. La repetida exhortación de Jesús, “velad y orad” significa no tanto que le ayudemos a él -que poco podíamos añadir a sus méritos-, sino que “nos mantengamos cerca de él”, íntimamente unidos a él, sin miedo al rechazo, al sufrimiento o la muerte. Cristo sabe que es la hora definitiva, la hora del dolor, pero a la vez la hora de la Esperanza cumplida, en la que el Padre va a exaltarlo, porque Él, por obediencia, aceptó la muerte y muerte de cruz.
Las hermandades han iniciado ya sus procesiones, en las que expresan con belleza el gran misterio de la muerte y la vida. Ya hay algunas alfombras dibujadas en las calles. Pero no solo los cofrades y la devoción popular, todos estamos llamados a “velar y orar”, para buscar junto a Jesús, la voluntad del Padre y no la nuestra. Les invito en estos días santos a releer en su casa el relato de la Pasión. Su fuerza y expresión no necesita explicación añadida para impactarnos.
Dejémonos llenar de Esperanza por el misterio que celebramos en esta semana. No son simplemente días de vacaciones, son, sobre todo, días de fe en que Cristo es la Esperanza que no defrauda. Estos días contienen una fuerza espiritual enorme. No los desaprovechemos. En esta semana está el resumen de nuestra existencia y el motivo de nuestra Esperanza. Velemos y oremos, porque ha llegado la hora del cumplimiento de la promesa, en la cual se expresa que nuestra vida no es una repetición monótona, sino un peregrinar hacia Cristo, Esperanza que no defrauda.