El Papa llega a Irak en una visita histórica

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El Papa Francisco ha aterrizado este lunes al mediodía en Bagdad, donde comenzará un viaje de tres días a través de seis ciudades. Una expedición arriesgada por la crisis sanitaria y de seguridad en la que se encuentra sumida el país, pero de enorme transcendencia política y espiritual. “Una obligación hacia una tierra martirizada desde hace años”, especificó ya a bordo del avión papal ante los periodistas. El Pontífice, el primero que visita el país y una región de mayoría chií, quiere acercarse a las minorías cristianas de Irak y, al mismo tiempo, tender puentes con el Islam y encontrar a uno de sus principales líderes: el gran ayatolá Ali Sistaní. En el aeropuerto le esperaban el primer ministro del país, Mustafa Abdellatif Mshatat y una delegación del Gobierno. Luego se trasladó al palacio presidencial a bordo de un turismo blindado -algo inusual en él-, donde le recibirá el jefe de Estado, Barham Ahmed Salih Qassim.

El Papa se ha encontrado un país confinado por la pandemia y sometido a extremas medidas de seguridad. La población asistirá sin remedio a sus actos a través de las ventanas y de los televisores en sus casas. Excepto la misa para 10.000 personas que celebrará en un estadio de Erbil el domingo, el resto de apariciones serán a puerta cerrada y con un número reducido de participantes. Francisco, sin embargo, consideraba inaplazable el viaje por algunos motivos que explicó en su primer discurso ante el presidente. “En las últimas décadas, Irak ha sufrido los desastres de las guerras, el flagelo del terrorismo y conflictos sectarios basados a menudo en un fundamentalismo que no puede aceptar la pacífica convivencia de varios grupos étnicos y religiosos, de ideas y culturas diversas. Todo esto ha traído muerte, destrucción, ruinas todavía visibles, y no solo a nivel material: los daños son aún más profundos si se piensa en las heridas del corazón de muchas personas y comunidades, que necesitarán años para sanar”.

El viaje, calificado por altas fuentes vaticanas como el “más importante de este pontificado”, posee también un componente geopolítico que busca tender puentes con la comunidad chií, en permanente disputa con Estados Unidos. Francisco condenó nada más llegar la violencia y “la plaga de la corrupción, los abusos de poder y la ilegalidad en la que se ha sumido el país en los últimos tiempos”. “No más extremismos, facciones, intolerancias”, señaló. Pero también lanzó un mensaje para navegantes internacionales que no deben “imponer intereses ideológicos y políticos”, reivindicando la soberanía del país que le acoge estos días. “Que cesen los intereses particulares, esos intereses externos que son indiferentes a la población local”. Una referencia velada a las múltiples injerencias de Estados Unidos en una tierra convertida en campo de batalla de intereses geoestratégicos y energéticos, pero también de confrontación con otros países como Irán.

Los viajes de Francisco, este es el número 33, siempre se han dirigido a las periferias del mundo y del cristianismo. Lugares donde las comunidades cristianas viven amenazadas o han sufrido agresiones causadas por los conflictos bélicos, como Irak. “El nombre de Dios no puede ser usado para justificar actos de homicidio, exilio, terrorismo y opresión”, señaló en su primer discurso.

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