“Auméntanos la fe…”

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Esta es la oración de los primeros discípulos a Jesús. Los discípulos están sinceramente interesados en seguir a Jesús y en poner en práctica sus exigencias. Cualquiera de nosotros habríamos hecho la misma petición con toda sinceridad. No tanto por buscar un poder excepcional, sino con el deseo de liberarnos de nuestros miedos, de vencer nuestras resistencias y de lograr llegar a ser audaces en el seguimiento de Jesús.

“Señor, auméntanos la fe” ¿No será esta la oración que hemos de hacer los cristianos de hoy? “Auméntanos la fe” porque continuamente nos desviamos de tu Evangelio: ocupados en escuchar nuestros miedos y nuestras inseguridades no acertamos a escuchar tu voz ni en nuestros corazones ni en nuestras comunidades… Solo por la fe en Dios y por confianza mutua podremos existir sobre la tierra.

Esta es la aportación básica de la fe cristiana, no solo a la historia de un pueblo, sino al conjunto de la humanidad. Ha llegado el momento de volver a la fe que pedían los discípulos: “Auméntanos la fe”. Jesús responde a los discípulos: “Si tuvieran fe como un granito de mostaza”… Si tuviéran fe como un granito de mostaza. ¡Qué pequeño es el granito de mostaza! Pero, a veces, nuestra fe es mucho más pequeña. No terminamos de confiarnos a Dios, de abandonarnos a Él.

Acudimos a Él, pero dejamos bien asegurada nuestra vida y nuestras cosas por si acaso. Con esta imagen (del grano de mostaza) Jesús nos está diciendo que, cuando se cree en Él, cuando ponemos toda nuestra confianza en Él, no hay obstáculos insalvables. Con Él todo es posible, y sin Él nos quedamos a mitad de camino. El miedo es la enfermedad de nuestro tiempo y el antídoto del miedo es la confianza. Y añadió con fuerza: “Síganme”.

Vivimos en un momento de desencanto, de indiferencia y de secularismo. Quizás, nosotros mismos sintamos que nuestra fe se desvanece o que a veces, está bloqueada ¿Es posible desbloquear esa fe amenazada de muerte? ¿Es posible descubrirla de nuevo en el fondo de nuestro ser como una fuerza vital capaz de dinamizar toda nuestra vida humana? ¿Podemos creer de nuevo en «esa dulce y secreta intuición» de un Dios cuya ternura podemos experimentar en nosotros mismos? A continuación, Jesús pasa de la imagen de la mostaza a otra imagen agrícola: la “plantación de un árbol en el mar”.

Por eso dice: “dirían a esa morera, arráncate de raíz y plántate en el mar y les obedecería”. La comparación, al estilo oriental, es exagerada pero así queda grabada en la memoria. ¿Qué quieren decir estas palabras? Con esta metáfora de la morera, Jesús viene a decir que la confianza en Él, exige una sana distancia de todo lo que nos aliena, principios y formas de funcionar, que nos impiden vivir plenamente. Jesús termina con una pequeña parábola de un campesino modesto que solo tiene un empleado. Su jornada no termina en el campo, sino en la casa donde tiene que preparar y servir la cena.

Jesús invita a los oyentes a identificarse con la situación de siervo. “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.” Jesús viene a decir a los discípulos que necesitan considerarse como pobres siervos, sin pretensiones. En un mundo de soberbia, de búsqueda de reconocimiento y poder, Jesús nos invita a la humildad y a no esperar agradecimientos y recompensas. Somos servidores, simples servidores del Reino.

En Jesús, el Hombre de Nazaret, se nos revela la actitud justa ante la vida: vivir como hijos de Dios. Siempre somos hijos amados por Dios, que nos perdona y nos busca “setenta veces siete”. Desde esta experiencia de sentirnos amados por Dios sin medida ni condiciones, somos invitados a amar “como Él nos ha amado”. Esta es la esperanza y la alegría que Jesús nos ofrece
en el Evangelio. La fe en Jesús es lo mejor que podemos ofrecer al mundo de hoy.

Jesús es para nosotros la referencia definitiva para nuestra vida y para toda la Iglesia. Jesús es para nosotros la razón última, la fantasía del futuro, el definitivo discurso sobre Dios y sobre el ser humano, la parábola inagotable sobre Dios, abierta a todos los tiempos. Jesús es aquel que nos ofrece siempre más, nos ofrece una plenitud de vida y una alegría “que nadie nos podrá arrebatar”. Necesitamos recuperar el fuego que Él encendió en sus primeros seguidores y dejarnos contagiar por su pasión por Dios y por su compasión por todo ser humano.

Nuestra oración hoy, en el silencio de nuestro corazón, puede ser: “Señor Resucitado, te confiamos lo que nos pesa y nos separa de ti. En ti ponemos toda nuestra confianza. Que podamos percibir la claridad de tu presencia en medio de nuestras fragilidades”.

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