Como un faro que ilumina el camino en la noche tormentosa, un maestro guía a sus alumnos hacia horizontes de sabiduría y crecimiento, forjando no solo mentes, sino almas resilientes. Esta metáfora encarna la esencia del Padre Ricardo Flores, un sacerdote cuya vida, marcada por la vocación docente y espiritual, ha sido un testimonio vivo de entrega. En él se funden dos misiones sagradas: la del educador que cultiva el pensamiento, y la del pastor que siembra la fe. Su palabra, siempre serena y firme, ha sido para muchos jóvenes una brújula espiritual en medio de la confusión del mundo. Como maestro de la fe, el Padre Ricardo no solo transmite conocimientos teológicos, sino que encarna el Evangelio en su vida cotidiana, enseñando con el ejemplo, con la escucha atenta y con la misericordia activa.
Infancia
Nacido en una familia humilde pero unida, el Padre Ricardo recuerda con gratitud su infancia en Sabanagrande, donde creció entre calles empedradas y tradiciones religiosas arraigadas. “Mis primeros 15 años fueron allí. Mi papá era maestro, mi mamá, ama de casa y costurera. Pasamos una infancia muy bonita porque nos dieron mucho cariño”, relató. Influenciado por figuras como Monseñor Evelio Domínguez, quien fomentó la devoción eucarística y la identidad campesina, y el Padre “Neto”, quien lo involucró en visitas a comunidades, su vocación surgió del Camino Neocatecumenal. “Empecé a ir a la Iglesia por el camino catecumenal… Eso fue la raíz de mi vocación sacerdotal”, enfatizó.
Herencia
Su sueño inicial era ser maestro, heredado de familiares educadores, algo que se entrelazó con el llamado del Señor. Estudió magisterio en Tegucigalpa, luego ingeniería química, pero una misión en su parroquia con seminaristas en el año 1987 despertó su inquietud. “Ahí nació la espinita… ¿Vos por qué no te piensas en ser sacerdote?”, le dijeron los jóvenes seminaristas. Después del proceso de discernimiento, ingresó al Seminario en 1988, formándose bajo la guía de los padres canadienses, a cargo en esos años de la formación sacerdotal, quienes lo inspiraron con su testimonio. “De ellos le debo la forma de como soy sacerdote, no por lo que me enseñaron, sino por lo que yo miré, su testimonio”, afirmó.
Cocina
Una de las características particulares de su estilo de vida, es su pasión por la cocina, un talento que lo humaniza y acerca a la gente. Aprendió de un amigo estadounidense en Sabanagrande, y perfeccionó en Roma durante estudios de teología “Don `Holland´hacía sabores diferentes: italianos, europeos, chinos… En Roma, la diversidad de pastas y pizzas. Tengo un montón de recetas en mi cabeza, pero el buen chef inventa con lo que tiene”, explica. Su acompañamiento a las comunidades es otro factor vital. Hoy, en Agalteca, disfruta tiempos libres en la naturaleza o visitando familias: “Me gusta compartir con ellas… La gente se siente feliz cuando uno llega a su casa”. El Padre Ricardo, con su memoria agradecida –recordando rostros, lugares y anécdotas–, encarna al maestro espiritual que ilumina. Su vida invita a los jóvenes a responder al llamado: “Dios da el ciento por uno”. En un Honduras que necesita guías, su testimonio resuena como ese faro eterno.
LA FRASE
“Gracias Señor por este don porque me siento feliz de ser sacerdote y no me arrepiento”
P. Ricardo Flores – Párroco Santísima Trinidad






